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Las lágrimas del “aloitador” sin Rapa por prevención COVID

Un contacto con un positivo confina hasta el lunes a Santi Obelleiro, uno de los nombres propios más destacados de los últimos 18 años

Santi Obelleiro, ayer, en Pedre con la crónica de FARO de la Rapa del pasado domingo. | // BERNABÉ / JAVIER LALÍN

Pisó el curro por primera vez a los 4 años de la mano de su bistío, Luis Monteagudo Álvarez. Como él uno de los grandes “aloitadores” de su época, y su abuelo, Santi Obelleiro ha escrito con esfuerzo, pasión y valentía su nombre entre la nómina de grandes “aloitadores” de los últimos 18 años. Pero este año, los incondicionales de la Rapa das Bestas le echaron de menos en el foso. ¿La razón? La prevención COVID. Su vacunación tardía –le pusieron la segunda dosis el 18 de agosto y sintió molestias ese día y el siguiente– y el contacto con un familiar positivo contagiado en Cerdedo motivaron que los rastreadores estimasen oportuno confinarle hasta el lunes posterior a la fiesta.

Nunca había llorado tanto. Fue una fatal coincidencia. Aun estando bien, se vio condenado a seguir la “baixa” por WhatsApp; y el primer curro, por televisión, en lugar de protagonizarlo, como acostumbra. Ese sábado, además, se perdió una boda prevista desde hace dos años pero que tuvo que ser suspendida en 2020 por el COVID. Para colmo, a Santi le realizarían a la hora de finalización del segundo y último curro del fin de semana la prueba PCR cuyo resultado negativo motivaría que 15 horas más tarde –el lunes 31 a las 10.00 horas– le levantasen el confinamiento: un “castigo” inmerecido que respetó, disciplinado, por responsabilidad –no se perdonaría que alguien, ya fuese de Sabucedo o foráneo, pudiese contagiarse por su culpa– pero que le privó de la vivir la Rapa que tanto ama.

Cuando le dijeron que estaba limpio de COVID y que daban por concluido su confinamiento, le faltó tiempo para correr a Sabucedo e implicarse a tope en el manejo de la yeguada de O Santo, sometida ese día a la inspección de microchips programada por la Xunta.

Al fin Santi respiró el olor a libertad y a “besta” que tanto ansiaba. Se puso en la manga por la que debían pasar las 230 reses y no se apartó en todo el día. Fue su particular modo de resarcirse tras su Rapa más amarga, que siguió por los medios de comunicación en lugar de protagonizarla.

Fue una experiencia “horrible”, en parte por inesperada. Tras un año con trabajo en el monte pero sin Rapa por la pandemia, Santi –al igual que sus compañeros– confiaba en que, al retrasar la fiesta hasta el último fin de semana de agosto, los avances en la vacunación y las vacaciones pudiesen garantizar la participación de todos los “aloitadores” en los trabajos previos y en los curros de la Rapa. Él mismo confiaba en dedicarle sus vacaciones a estas labores. Lo que menos se esperaba es tener que sufrirlas bañado en lágrimas. Tras recobrar el lunes posterior a la fiesta la libertad, tal y como suele ocurrirles a las “bestas” y recobrar el contacto con ellas en la manga, hace borrón y cuenta nueva y mira al futuro pensando en la próxima Rapa. Lo bueno es que, al haber celebrado la fiesta a finales de agosto, para el primer fin de semana de julio “no faltan 365 días: solo diez meses”, apunta, aliviado.

Confía en poder entonces volver a entrar en el curro y volver a “aloitar”. Aprendió la técnica con los mayores y por su propia experiencia. Con tan solo13 años. pasó de “apartar bichiños” antes de los curros a "aloitar" su primera “besta” adulta.

Imagen de archivo de Santi Obelleiro, a lomos de una res de la yeguada de O Santo en una edición anterior de la Rapa das Bestas de Sabucedo. Bernabé / Javier Lalín

Y, desde entonces –hoy tiene 31– se ha dejado literalmente la piel, el sudor y la sangre año tras año en el monte y en la arena del curro. En 2007 una mala caída mientras participaba en la “baixa” de la yeguada de San Lorenzo obligó a trasladarle en helicóptero a un centro hospitalario. En 2011 le partieron un labio en el curro. Dos años después sufrió un importante corte en la cara el fin de semana anterior a la fiesta trabajando con la yeguada y no pudo “aloitar” por prescripción médica. Tras recibir 11 puntos de sutura en la cara, se temían que pudiese perder la vista si, fruto del contacto con las yeguas, contraía una infección. “Me perdí los curros”, dice , pero, al menos ese año pudo presenciar la Rapa desde las gradas. Y en 2015, la caída de una yegua sobre él mientras intentaba levantarse le partiría la mandíbula.



Un momento de complicidad entre Santi Obelleiro y su hermano, con su primo al fondo, sujetando una "besta" en un curro de la Rapa. Bernabé

Son heridas que le han dejado cicatrices ya curadas. La que tiene fresca es, curiosamente, la que, sin infección alguna, le dejó sin Rapa. Al ver fotos suyas en curros de años anteriores –como las que ilustran esta página– desea poder volver a “aloitar” y volver a compartir con sus compañeros –y muy especialmente con su hermano y su primo, como en la foto que ilustra esta página– momentos de complicidad cuajados de adrenalina, sentimientos y respeto –dada la peligrosidad de estar entre centenares de yeguas salvajes– en plena Rapa.

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