Recuerdo un intenso olor a tierra mojada. La humedad en el suelo parecía agarrarse a los pies y obligaba a darle una vuelta más a la bufanda. Aquella era una mañana desapacible del mes de diciembre, una de esas jornadas que casi pasan desapercibidas entre la Navidad y el Fin de Año.
Aquel 29 de diciembre de 2017, tal día como hoy pero tres años atrás, puse los pies por vez primera en los terrenos más codiciados de A Estrada, aquellos que siendo niña veía desde el otro lado del muro de la alameda y que, años después, vistos con perspectiva, se me antojaban una fea estampa del que podría bautizarse como el Central Park estradense: un céntrico pulmón que necesitaba librarse de construcciones ruinosas e inacabadas y de una vegetación que, de cuando ven vez, lucía descuidadamente selvática y acordonada por un feo cierre de bloques. de hormigón.
Después de muchos años de intentos, los muros cayeron –primero en sentido figurado y después de forma literal– aquella mañana del 29 de diciembre. Hoy se cumplen tres años desde que los terrenos que permitieron la ampliación de la alameda de A Estrada se sumaron al patrimonio público.
Para poner un pie en aquellos codiciados predios hubo que llevar llave. Amanecieron siendo propiedad privada y llegaron a la hora del almuerzo como terrenos públicos. Abierto el portón lateral de acceso desde la Avenida Benito Vigo, no voy a ocultar que la curiosidad invitaba a seguir avanzando por unas tierras en las que muchos niños de A Estrada dijeron algún día adiós a los más osados de sus balones de fútbol.
Antes de llegar a esta fría mañana en la que el modelo urbano de la capital de Tabeirós comenzó a mudar, fueron años de tentativas. Me tocó también estar presente en aquel pasillo en el que el entonces conselleiro Jesús Palmou, acompañado del alcalde Ramón Campos Durán, llegaba con un “balón de oxígeno” con el que Concello podría hacer frente a la compra de los terrenos para ampliar la alameda hasta la calle Castelao.
No fue tan fácil. Los vecinos recogían firmas por un lado y la tramitación del PXOM se encargaba de poner obstáculos por el otro. El documento urbanístico fue cambiando. Estos terrenos pasaron de ser zona verde a reflejarse como edificables para dos edificios de gran altura, terminando de nuevo por preservarse su uso público –expropiación mediante– como zona de equipamientos.
Los pasos resumidos en pocas líneas necesitaron años. El gobierno de José López Campos emprendió en 2015 el proceso para expropiar estos 4.600 metros cuadrados y dejar que el pulmón estradense se expandiese a lo largo hasta llegar a la Calle Castelao. El camino no fue liso y llano. Tuvo sus piedras y obstáculos. Hasta aquella mañana en la que los estradenses pusieron su bandera en estos predios el que más y el que menos contenía el aliento. Hicieron falta tres horas para el trámite final.
Todo hacía prever que la firma del acta de ocupación de los terrenos sería más o menos rápido. Sin embargo, entre las transferencias bancarias y el papeleo, los propietarios afectados y los representantes municipales no estamparon su firma hasta pasadas las 13.00 horas de aquel día, habiendo comenzado antes de las 11.00. Todo terminó sintetizándose simbólicamente en una llave: la de aquel viejo portalón.
Llegarían después muchos días de obras, de polémica y de conversaciones protagonizadas por unas obras sobre las que todo el mundo tenía forjada su propia opinión. Les guste más o menos, hoy todos los estradenses pueden sentir suya esta expandida alameda municipal. Aquella mañana fría y lluviosa de finales de diciembre olía a tierra, sí. A una tierra de todos.