Fútbol
El Barcelona se enamora de João Félix
El portugués, con dos goles y una asistencia, ilusiona a los azulgrana en un plácido estreno continental en Montjuïc frente al cándido Amberes de Van Bommel
Francisco Cabezas
Soñar es bonito, pero duele. Siempre habrá un momento en que despiertes y lo disfrutado, lo gozado, quede engullido por esa almohada que agradece más el éxtasis efímero que la paz duradera.
Está viviendo el Barça un sueño con Joao Félix. João Félix está viviendo un sueño con el Barça. Y ambos, enlazados en ese mundo onírico donde nada parece prohibido y la irrealidad retoza con la fantasía, se deslizan entre triunfos, goles, asistencias y gestos tan bellos como absurdos. Prohibiéndose futbolista y club reparar en un final, porque el presente embriaga. Estimula. Ya habrá tiempo de pensar qué hacer cuando, al final de la temporada, las partes entiendan que el vínculo tiene todos los trazos emocionales del enamoramiento, pero con un papel que advierte que en verano, donde todo comienza, donde todo acaba, termina el periodo de cesión.
Mientras tanto, la hinchada tiene todo el derecho a dejarse llevar. Faltaría más. Porque ese Barcelona que venía malviviendo y vagabundeando en la Champions, expulsado en el mismo amanecer en las dos últimas temporadas, comenzó su nuevo trayecto con una dulce goleada frente a un Amberes que hizo poco más que comparecer en Montjuïc. Ver al viejo villano Mark van Bommel en la banda, de negro sepulturero, inquietaba. ¿Cómo podía ser que aquel terrible futbolista neerlandés que consiguió llegar más lejos que nadie en el fútbol –¿cuántos enemigos puede tener Iniesta en esta vida?– dirigiera un equipo tan cándido?
Irreverencia de Cancelo
Pudo el Barça llevarse el partido con las manos en los bolsillos, silbando, y permitiendo que João Félix explotara su imaginación y que João Cancelo explotara su irreverencia. No hubo más que ver cómo el carrilero buscó rabonas o bajó balones desde el cielo como si estuviera en una pista de circo, no en un campo de fútbol.
Motivos debía tener. Porque el Barça había tirado dos veces a puerta y había marcado tres goles. Y en apenas 22 minutos. Antes de que Bataille se marcara en propia puerta tras un centro de Raphinha ante la escasa pericia de su portero, Butez, João Félix ya había hecho suya la noche. Despertó rápido el portugués, atendiendo a la conexión de Lewandowski con Gündogan y aguardando su oportunidad para rematar la faena con esa varita con forma de pie. El veterano Alderweireld, que a sus 34 años no está para aguantar las niñerías de nadie, fue quebrado por un delicado recorte de João Félix, que no fue más que el anticipo de una caricia al balón con la red como único destino posible. El guardameta se quedó en Babia ante el engaño.
Siguió a lo suyo el ex futbolista del Atlético, que supo dar valor a un formidable pase vertical de Frenkie de Jong. No podía hacerle un feo João Félix a su compañero, así que continuó la fábula con una asistencia al segundo palo que Lewandowski aprovechó como solía. Con aquel oficio que, pese a los achaques del tiempo, aún mantiene.
Placidez
Pudo permitirse entonces el Barcelona un tiempo de sesteo. Los belgas, por mucho que el jovencito Ekkelenkamp tratara de pronunciarse entre compañeros que corrían como pollos sin cabeza, ni siquiera presionaban. Y a los azulgrana les bastaba con gestionar esfuerzos, a la espera de que los goles siguieran cayendo. Aunque sólo fuera por vivir durante toda la noche frente al área del Amberes.
Y Gavi, que es de aquellos futbolistas que no entienden de gestión alguna, se rebeló contra la momentánea indiferencia para obligar a su equipo a continuar alimentando el marcador. Cancelo, otra vez totémico en la zona del campo en la que le da la gana, se propuso echarse al monte. Gündogan probó ir también más allá. Pero fue Gavi el que se sacó del alma un zurdazo que volvió a agitar Montjuïc.
La frustración de Van Bommel
Van Bommel, con las manos sepultadas en los bolsillos, no sabía cómo detener aquello. Y menos aún viendo cómo João Félix, con esa carita de niño endemoniado, negaba el exorcismo para girar la cabeza. Raphinha, aplicado y formal en una titularidad cada vez más cara, puso un centro tenso al segundo palo que el portugués aprovechó marcando con la testa.
A la noche, empañada por el impresentable lanzamiento de vasos por parte de la hinchada belga, sólo le faltó el gol de Lamine Yamal.
Se los quedó João Félix. Él vive soñando. ¿Hay algo más bonito que eso?
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