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Historias irrepetibles

Un tesoro camino de Roubaix

El empeño de Jean Stablinski, un ciclista de origen polaco, consiguió que la gran clásica del norte de Francia incluyese en su recorrido el tramo de adoquines que atraviesa el Bosque de Arenberg y que él recorría a diario cuando trabajaba como minero

Edición de 2019 de la París - Roubaix, a su paso por el Bosque de Arenberg CHRISTOPHE PETIT TESSON

Pocos conocían el bosque de Arenberg como Jean Stablinski. Era su patio particular, el lugar que había atravesado a diario durante varios años para llegar a la mina de carbón en la que trabajó antes de hacerse ciclista, un recuerdo que le acompañaría durante toda su vida, un paraje que peleó para que quedase en la memoria de todos los aficionados al ciclismo. Su historia no difiere en gran medida de la de cualquier otro muchacho que sufrió las consecuencias de vivir en un tiempo complicado. Se crio en el noreste de Francia, donde sus padres –un par de emigrantes polacos– se instalaron después de la Primera Guerra Mundial. Los Stablewski sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, no muy lejos de donde se libraron algunas de las batallas más sangrientas del conflicto. Y justo cuando tras el armisticio el sol parecía salir para ellos y para el resto de Europa, vino la tragedia familiar que cambió el orden lógico de las cosas. El padre murió en un desgraciado accidente familiar, lo que obligó al pequeño Jean, con catorce años, a buscarse la vida para que entrase en su casa un dinero extra. Jean comenzó a trabajar en la mina de carbón de Arenberg, próxima a su casa, y los fines de semana tocaba el acordeón en toda clase de fiestas y celebraciones que había por la región. Tenía una especial habilidad con un instrumento que le había enseñado a tocar su padre. Su madre, que tras la muerte de su marido había comenzado a beber en exceso para combatir de mala manera la depresión, no compartía ese gusto porque aquellos sonidos le traían siempre malos recuerdos. Pero lógicamente no hacía ascos a los ingresos que provenían del talento y el esfuerzo de su hijo.

Jean Stablinski, en 1963

Jean Stablinski, en 1963

Precisamente gracias a esa destreza con el acordeón que heredó de su padre ganó un concurso musical organizado en la región y que tenía como premio principal una bicicleta. Fue la primera de su vida. Aquello supuso una revolución para Jean y una ventaja a la hora de ir y volver del trabajo en la mina. Dejó de recorrer aquel tramo a pie para hacerlo sobre la bicicleta. Comprobó así lo complicado que resultaba moverse por aquel infinito tramo de adoquines que atravesaba casi en línea recta el bosque de Arenberg y lo fácil que resultaba caerse y hacerse daño. Sobre todo los días de lluvia en los que las piedras se convertían en trampas mortales. Eso le obligó a desarrollar su habilidad sobre las dos ruedas para no llegar a casa cubierto de moratones. Pero la bicicleta llegó a su vida para quedarse aunque primero tuviese que librar una gigantesca discusión con su madre que, en día de borrachera, la emprendió a golpes con la bicicleta. Pero la idea de Jean Stablewski era firme. Con dieciséis años comenzó a competir en algunas pruebas y no tardó en llamar la atención de los responsables de los equipos amateurs de Francia. Se desenvolvía con enorme soltura en las carreras en línea. Era decidido, inteligente y tenía buenas piernas. Después de una de sus primeras carreras, la de la Paz, un periodista se equivocó a la hora de escribir su apellido. Lo llamó Stablinski y con ese nombre se quedó para siempre. Su carrera ya la escribiría con un apellido diferente al que le habían dado sus padres. Resulta algo sorprendente que ni él ni nadie se preocupase por corregir el error inicial. Con 21 años se hizo profesional. Los técnicos valoraban en él su sentido táctico, su generosidad y por eso se especializó como gregario de algunos de los nombres más ilustres del pelotón. Casi siempre estuvo al lado de Jacques Anquetil, cuidando del colosal ciclista francés y empujándole a conseguir las victorias en el Tour de Francia. Pero disfrutó también de libertad en determinadas pruebas, sobre todo en carreras de un solo día, y en competiciones más relevantes en las que no aparecía el líder del equipo. Así, ganó la Vuelta a España de 1958 (su único triunfo en una gran ronda) y brilló por encima de todo en el Campeonato de Francia de ruta. “Mr. Francia” le apodaron los medios por su gran habilidad para moverse en esta clase de carreras. Ganó el maillot de campeón galo en 1960, en 1962, en 1963 y 1964.Y fue campeón del mundo en ruta en 1962 en Saló (Italia) tras escaparse en solitario. Le apodaban “el polaco” por motivos obvios, pero en el pelotón ciclista preferían referirse a él como “el brujo” o “la zorra” por su especial intuición para intuir cuál era la escapada buena, el momento ideal para marcharse y encontrar su beneficio personal. Así cosechó sus triunfos en diferentes clásicas (alguna de enorme prestigio como la Amstel Gold Race) o en las etapas de la Vuelta a España, Giro de Italia o en el Tour de Francia, prueba de la que se llevó cinco triunfos parciales, siempre en años diferentes. Porque Stablinski era capaz de encontrar “su día”. Cumplía con su función de proteger a Anquetil, pero en medio de aquellas tres semanas que duraba el Tour tenía la habilidad para centrarse en su beneficio personal y regalarse una jornada para meter otra etapa en el zurrón.

Imagen del tramo de adoquines que atraviesa el Bosque de Arenberg

Para su desgracia a su notable palmarés se le escapó la París-Roubaix, la carrera que adoraba, la que pasaba cerca de la casa donde había crecido, por los paisajes a los que se habían acostumbrado sus ojos y por aquellos tramos endemoniados de adoquines. Pero por una razón u otra la “Pascale”, que recibe el nombre porque se disputa el Domingo de Pascua, siempre le volvía la cara. Una caída, una mala colocación o simplemente la mayor fortaleza de sus rivales le cerraron esa puerta pese a que sus condiciones parecían adaptarse de forma perfecta al recorrido y que Anquetil, su líder, nunca la tenía en sus prioridades. En su mente siempre habitó la idea de que un año encontraría su momento, un año en el los astros se alinearían para servirle la oportunidad de su vida. Sin embargo, nunca fue capaz de estar en el podio del velódromo de Roubaix.

Se retiró el mismo año en el que por primera vez ese tramo entró en la carrera

Su buena relación con Anquetil curiosamente se rompió de forma algo absurda, tras entender el líder del equipo que Stablinski le había criticado en un artículo en la prensa. Ya no fueron capaces de recuperar la relación entre ambos y el corredor de origen polaco se unió al Mercier, el equipo de Raymond Poulidor, el gran rival de Anquetil. Y a su lado pasó los últimos años de su carrera hasta que en 1968 (con 36 años) colgó la bicicleta y pasó a centrarse en una tarea diferente. A partir de ese momento dedicó su tiempo a pasear en bicicleta y sus esfuerzos, a que la París-Roubaix incluyese en el recorrido el tramo del bosque de Arenberg. Fue un esfuerzo personal, que le desgastó enormemente ya en sus últimos años como corredor en los que también se unió al movimiento que trataba de frenar el ánimo de quienes pretendían asfaltar muchos de los tramos adoquinados. “Cosas del progreso” decían. Stablinski llevó a Arenberg a los organizadores, que acabaron por hacerle caso. El tramo era maravilloso, por lo largo, por el paraje un tanto fantasmal que atraviesa y así, en 1968 y gracias a su empeño, decidieron incluirlo por primera vez en el recorrido de la clásica, justo cuando él había decidido retirarse de la competición. Es la parte más amarga de esta historia. A Stablinski, que se embarcó en esa cruzada de manera apasionada, le quedó la inmensa pena de no haber podido vivir sobre la bicicleta el estreno de Arenberg. El año de la aparición de este tramo en el trazado de la París-Roubaix ganó Eddy Merckx.

Nadie explicaba mejor que él lo que significa ese tramo que tantas veces había recorrido con la cara tiznada de negro tras un día en la mina. Contaba Stablinski que cuando un minero baja 500 metros bajo tierra “no sabes si volverás a ver la luz del sol, y cuando atraviesas el bosque en bicicleta es como descender a la mina: si empiezas a pensar en el peligro, nunca conseguirás cruzarlo”. La organización de la París-Roubaix dedicó un monumento a Stablinski a la entrada del tramo de Arenberg. Se inauguró en 2008 por lo que no pudo asistir a su inauguración ya que solo unos meses antes el guardián de Arenberg murió víctima de un cáncer.

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