En un suspiro, en la única ocasión del Manchester United, en su único tiro entre los tres palos, allá por el minuto 79, en un contragolpe incomprensible, el Atlético de Madrid tiró por la borda todo lo hecho durante el partido, por encima de su adversario de principio a fin, en ventaja desde casi el inicio, con el golazo con el que voló Joao Félix y resurgió el equipo rojiblanco para sentir que todo es posible, también en Old Trafford, donde llegará con un empate, pero con toda la convicción del mundo.

El gol de Elanga, defendido fatal por Reinildo Mandava en el pase definitivo que lo habilitó para el disparo cruzado con el que batió a Jan Oblak, rebajó su encuentro, en el que el grupo de Diego Simeone lo hizo todo para vencer, hasta defendió como en otros tiempos durante 79 minutos, hasta que concedió un contraataque; una opción a su adversario, que la aprovechó entre los gestos de incredulidad del equipo rojiblanco, frustrado con el empate.

En un repaso por los últimos partidos del Atlético, no había ningún argumento tangible ni convincente para el optimismo. Todo –o casi todo– respondía a cuestiones emocionales. A suposiciones. A la presunción de la reacción del equipo. A una creencia en que todo es posible, sea cuál sea su momento y sea cuál sea el adversario. Eso también es obra de Simeone. Se lo ha ganado. Hay ejemplos innumerables en todo el recorrido de diez años hasta ahora, por mucho que ahora fuera el punto más bajo, que todo estuviera en discusión.

Porque la fe, la insistencia o la reinvención del actual bloque rojiblanco también componen la esencia de un equipo que se transformó a las órdenes del técnico argentino hace diez años. Un conjunto que, de repente, no se reconocía a sí mismo desde el pasado diciembre, que cayó a un precipicio del que regresó este miércoles, más allá del marcador, en el mejor escaparte, en la competición que más desvelos y anhelos le provoca, para gritar que aún está vivo. Que jamás se puede dar por perdido al Atlético y, ni mucho menos, si lo dirige Simeone.