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Historias Irrepetibles

El atleta que soñó ser su héroe de cómic

Ron Hill, uno de los más grandes fondistas británicos de la historia, comenzó a correr después de aficionarse a las aventuras de un personaje infantil llamado Alf Tupper y al que apodaban “el duro de la pista”

Hill gana la maratón de Boston, uno desus grandes triunfos.

Ron Hill comenzó a correr gracias a un cómic. Allí donde la mayoría descubre personajes, héroes imaginarios o aventuras imposibles, este británico encontró su vocación. Sucedió poco después de la Segunda Guerra Mundial. En 1949, cuando Hill apenas tenía once años, apareció en “The Rover” (una publicación infantil de enorme éxito) un nuevo personaje. Se llamaba Alf Tupper y recibía el sobrenombre del “duro de la pista”. Era un atleta aficionado que trabajaba como soldador a cambio de cinco libras semanales que apenas le daban para vivir porque buena parte de ese sueldo se lo llevaba el alquiler de una habitación en casa de su tía Mildred. A Tupper le sucedían todo tipo de desgracias en sus entrenamientos o desplazamientos a las carreras. Se dormía en el tren y se pasaba de parada, se hacía daño en el trabajo, no le cambiaban el turno, se le rompían las zapatillas y no tenía dinero para unas nuevas o era objeto de alguna broma por parte de los cretinos de la Asociación Atlética Aficionada (los malos de buena parte de las historias). Pero Tupper casi siempre ganaba. Daba igual lo que le pasase que al final de cada historieta quien salía levantando los brazos mientras cruzaba la línea de meta era él.

Como muchos otros niños Ron Hill encontró en aquel personaje una fuente de inspiración. Decidió desde muy joven que sería como Alf Tupper y que batiría récords mundiales y conseguiría victorias de enorme prestigio para Inglaterra. Incluso encontraba numerosas similitudes entre el ambiente en el que vivía su héroe y el suyo. Por eso se puso a correr. Mientras la mayoría de sus compañeros se entregaban a otras modalidades deportivas él pasaba los días corriendo en Accrington, el lugar en el que había nacido.

Con paciencia fueron llegando los pequeños triunfos locales y la mejora en las marcas. La ilusión de parecerse a aquel héroe de cómic se iba acercando. A partir de 1963, cuando ya tenía 25 años y se había especializado en las carreras de fondo, llegaron triunfos de más prestigio a nivel nacional. Era la hora de dar el gran salto y también de descubrir el lugar que realmente ocupaba en el mundo del atletismo. Fue seleccionado por el Reino Unido para disputar las pruebas de 10.000 metros y maratón en los Juegos de Tokio de 1964. Allí, rodeado de lo mejor del mundo, entendió que aún estaba lejos de sus metas. Fue decimoctavo en los diez kilómetros y decimonoveno en la prueba más larga del programa olímpico, aquella que acabó con un nuevo recital de Abebe Bikila. Regresó a Inglaterra algo decepcionado, pero convencido de que solo había una cosa que podía hacer: entrenar. Siempre, más que nadie. No concederse un descanso independientemente de su estado de ánimo, de su cansancio o de las condiciones meteorológicas (muchos días adversas) que le regalaba su tierra. Comenzó con ese plan un 20 de diciembre de 1964 y seguramente él no imaginaba hasta dónde iba a llegar.

Ron Hill en 1975 con la copa de campeón del Maratón de Enschede en Holanda Dutch National Archives

La cuestión es que aquella dedicación estajanovista acabó por dar sus frutos. Comenzó a batir récords mundiales en pruebas como los 25 kilómetros, las 10 o las 15 millas. Distancias que forman parte más de la cultura británica y que evidentemente no tienen un gran impacto a nivel mundial. En los Juegos de México en 1968 se centró en los 10.000 metros y consiguió un valioso séptimo puesto. Fue antes de que entrase en sus años más productivos tanto a nivel de marcas como de prestigio internacional. Un año después en Atenas sumó su primera gran medalla. Fue el oro en el maratón del Campeonato de Europa y en 1970 sumó a su palmarés la victoria en Boston, en la decana de las grandes maratones que se disputan en el mundo. Era el primer británico en imponerse en las calles de la ciudad norteamericana y lo había hecho mejorando el récord de la prueba. Aquella idea de no concederle un día de descanso a su cuerpo seguía dando resultados. Meses después, en los Juegos de la Commonwealth en Edimburgo se convirtió en la segunda persona en bajar de las dos horas y diez minutos en el maratón y pudo haber sido mucho mejor de haber dosificado en el primer tramo de la carrera porque en los primeros diez kilómetros gastó demasiado. Su marca de 2:09.28 solo había sido mejorada por el australiano Dereck Clayton. De hecho, diversos historiadores consideran que la marca de Hill suponía en realidad un récord del mundo porque el registro de Clayton (2:08.33) logrado en Amberes un año antes ofrecía ciertas dudas por la medición que se había hecho del recorrido. De hecho, esa marca duró doce años como récord del mundo hasta que Alberto Salazar la mejoró en 1981, una prueba de lo cara que resultaba.

Por si Ron Hill no tenía suficientes ocupaciones, en 1970 fundó una empresa de ropa deportiva a la que puso su nombre. Era doctor en química textil por la Universidad de Manchester y aplicó sus conocimientos para buscar mejores condiciones de entrenamiento para los atletas. Su marca fue la primera en introducir fibras sintéticas a la ropa para correr. Acostumbrado a enfrentarse a condiciones extremas en Inglaterra de viento, lluvia, frío y baja visibilidad con ropa de algodón, Hill buscó la manera de diseñar prendas más resistentes al agua, más cómodas, calientes y que además permitiesen una mayor visibilidad de los atletas por las carreteras gracias a tiras reflectasteis. En él se reunían las condiciones ideales. La experiencia de un atleta de élite, la del aficionado que no deja de correr y al mismo tiempo los conocimientos técnicos para encontrar solución a esa clase de desafíos. El problema es que aquello disparó su agenda de compromisos. Mantenía su promesa de entrenar todos los días, de no dejar de salir a correr, pero las obligaciones se multiplicaron mientras su empresa crecía. Por eso los resultados ya no se parecieron a los de 1970. Un año después se le concedió la Orden del Imperio Británico por sus “servicios al atletismo” y en 1972 se despidió de los Juegos Olímpicos en Múnich con un excelente sexto puesto en la maratón. Tenía 33 años y decidió que era el momento de abandonar la alta competición.

Desde 1964 y durante más de 52 años no dejó un solo día de salir a correr

Pero el atletismo siguió con él. Gracias a su empresa y a aquella promesa que hizo de no descansar un solo día, de huir de las excusas y encontrar siempre tiempo a lo largo del día para practicar aquello que tan feliz le hacía. Daba igual lo ajetreado de la jornada o los compromisos que tuviera. Se exigía un espacio del día para cubrir al menos cinco millas. Ya no importaban tanto los ritmos sino el placer de disfrutar de la mayor pasión de su vida junto a su familia. No existían los pretextos. Ni la edad, ni los dolores, ni cualquier otra circunstancia. En 1993, con 55 años, sufrió un accidente de circulación que le provocó una fractura en el esternón y aún así siguió saliendo a correr. Solo se permitía reducir la distancia. Estuvo a punto de acabar con su racha tras una pequeña operación de juanetes, pero aún así agarró una muleta y salió a recorrer un par de millas cerca de su casa. Con esa forma de entender la vida entró en la vejez. En diciembre de 2014 celebró por todo lo alto que había cumplido cincuenta años corriendo todos los días, pero tampoco se detuvo ahí pese a que su familia trataba de convencerle de que su compromiso con el atletismo ya había quedado impreso en los libros de historia y que no era necesario más. Pero siguió. Lo hizo hasta el 30 de enero de 2017. Ese día en su página de Facebook apareció un mensaje en el que se podía leer: “Debido a su mal estado de salud, Ron ha decidido cogerse un día libre”. El día antes había cumplido con su rito, pero a los 400 metros sintió un dolor intenso en el pecho y aunque finalizó la milla prometida entendió que ya era el momento de descansar. “Ya no veía otra opción que parar. Creo que le debo eso a mí mismo, a mi vida, pero también a mi familia y a los amigos que me quieren a su lado” dijo ese día al Guardian. Había estado 52 años y 39 días corriendo todo los días, sin perdonar uno solo. 19.032 días duró la que sin duda es la racha más larga de la historia. Seis vueltas al mundo habría dado según la contabilidad que minuciosamente llevaba. Hace dos semanas Ron Hill murió en su casa. Su corazón entendió que ya había trabajado más horas de las necesarias.

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