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Historias Irrepetibles

Drama y gloria de Leopoldo Luque

Luque en un partido con la selección argentina

El jugador argentino, pieza clave en el Mundial que ganó Argentina en 1978, dejó el torneo tras perder a su hermano en un accidente de coche pero regresó a tiempo para ser decisivo

“Toda mi vida se explica en aquel mes de 1978”. Así explicaba Leopoldo Luque lo que para él había supuesto aquel Mundial. Su inconfundible bigote, su pelo enloquecido, sus goles y su dolor son parte imprescindible del título conseguido por Argentina. En su caso particular fue el triunfo de un futbolista que tuvo que sortear demasiados obstáculos para recoger la gloria que le esperaba una tarde de junio en el Estadio Monumental.

Luque tuvo un estreno brutal en un torneo que desde el principio estuvo marcado por su escaso fútbol y su enorme dureza. Menotti había convertido al de Santa Fe en delantero centro para que Kempes disfrutara de un poco más de libertad. “Usted tiene la movilidad y la potencia que debe tener un centrodelantero” le había dicho “El flaco”. Marcó en el estreno ante Hungría y luego hizo ante Francia, gracias a un disparo extraordinario desde fuera del área, el tanto que a la postre supondría la clasificación de Argentina para la segunda fase. En ese partido comenzó el pequeño calvario que Luque viviría durante el campeonato. Poco después de anotar ante los franceses se fue al suelo de forma violenta y al querer levantarse con rapidez su codo se enganchó y sufrió una importante luxación. Salía del campo en camilla, en medio de terrible dolores, cuando se dio cuenta de que Menotti ya había hecho todos los cambios y se iban a quedar con diez futbolistas los minutos que faltaban para el final. Se levantó, pidió que le sujetaran el brazo como pudieran y con él medio colgando acabó el partido.

En ese momento de puntual felicidad el futbolista de River Plate no podía imaginar lo que unas horas antes había sucedido a unos kilómetros de Buenos Aires. Su hermano “Cacho” pensaba acudir con un grupo de amigos al partido ante Francia. Cuando intentaron conseguir billetes para desplazarse a la capital se encontraron con que no había nada disponible y, algo desanimado, pasó por casa de sus padres. Un vecino que se dedicaba a transportar verduras le dijo que tenía que ir a Buenos Aires y le ofreció la posibilidad de llevarlo. “Cacho” se subió a la pequeña camioneta y juntos iniciaron el viaje hasta la capital. En medio de la intensa niebla que había ese día, el conductor no se percató de que un camión estaba parado en mitad de una curva. El impacto fue brutal y murieron los dos ocupantes del vehículo. El accidente se había producido en San Isidro, a muy pocos kilómetros del destino. Luque se enteró de la tragedia a la mañana siguiente. Sus padres aparecieron en el lugar de concentración y cuando les vio, sorprendido, se creía que acudían a verle preocupados por la lesión en el codo.

Luque abandonó la concentración e inició el viaje de vuelta a Santa Fe con sus padres y con el cuerpo de su hermano, al que habían acudido a recoger a San Isidro. Nadie le ayudó en esos trámites, ni la Federación Argentina, ni las autoridades militares. Los compañeros de la selección echaron mano de un fondo común para que pudiese pagar de urgencia el traslado del cadáver a su casa. Antes de irse, Menotti se acercó a despedirse y solo le dijo: “Haga lo que usted sienta, pero no olvide de que aquí lo necesitamos”. En apenas unas horas Luque había pasado de marcar el gol más importante de su vida a estar delante del féretro de su hermano con el brazo inmovilizado por una dolorosa luxación.

Luque regatea a un rival durante la final de 1978

“Le conozco bien. Usted nunca lo tuvo fácil, siempre la tuvo que pelear”

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A “Cacho” lo enterraron el mismo día que Argentina perdió contra Italia en el último partido de la primera fase. Allí, roto por el dolor que supone perder a un hijo, su padre le dijo: “Tienes que volver. Peleaste toda la vida por esto, te lo mereces. Y además, sin ti pierden”. Luque aún pasó unos días en Santa Fe meditando y consolando a sus padres. Finalmente hizo la maleta y se presentó delante de Menotti dispuesto a enfrentarse a Brasil en el segundo partido de la segunda fase. “Le conozco bien. Usted nunca lo tuvo fácil, siempre la tuvo que pelear” le dijo el seleccionador a su llegada.

Y era cierto lo que contaba Menotti. Leopoldo Jacinto Luque tuvo que emigrar al fútbol regional cuando era un joven meritorio después de que le cerraran la puerta del equipo de su vida. Nacido en Santa Fe en 1949, donde uno desde niño elige entre ser de Colón o de Unión, fue su madrina quien inclinó la balanza al regalarle una camiseta de Unión. Por eso la ilusión de su vida era la de jugar en aquel equipo. Ingresó en sus categorías inferiores, pero la esperanza duró relativamente poco. Era juvenil cuando el coordinador se acercó a él y le dijo: “No le hagas perder el tiempo a tu papá. Búscate un trabajo, sigue estudiando porque en el fútbol no vas a llegar lejos. Hay demasiados pibes mejores que tú”. E inició una ruta por diferentes cesiones en las ligas regionales, pero sus intentos de regreso a Unión siempre acababan con una charla ante el mismo personaje y el mismo cuento, que había chicos mejores que él. Acabaron por dejarlo en libertad y las cosas cambiaron radicalmente con su paso por el Atenas de Santo Tomé donde se hartó a meter goles. Fichó entonces por Rosario y a la temporada siguiente Unión de Santa Fe, rendido a la evidencia, le repescó. El “Pato” Rossi, el hombre que años antes le había despreciado, se acercó a él para disculparse y para rogarle que aquellas conversaciones quedasen para ellos. Luque nunca le perdonó.

Luque, cubierto de sangre durante la final del Mundial de 1978

Luque, cubierto de sangre durante la final del Mundial de 1978

Desde ese momento su carrera se disparó. Llegó a Primera con Unión de Santa Fe, donde estuvo a las órdenes de Juan Carlos Lorenzo quien se preocupó de que ganase peso y le cuidaba como si fuese su propio hijo. Poco después fue River Plate quien le contrató en 1975 cuando ya iba camino de los 27 años. Su carrera no había estado precisamente alfombrada de pétalos de flores, se había pasado una vida para llegar a uno de los grandes del fútbol argentino. A partir de ese momento llegaron los derbis apasionante con Boca, los goles en clásicos, la llamada de la selección y finalmente la convocatoria para jugar el Mundial de 1978.

Menotti le convirtió en una de sus piezas indispensables. Dentro y fuera del campo. En aquellas semanas anteriores al Mundial se convirtió en una especie de manto protector de un juvenil llamado Maradona que tenía al mundo loco y que más de una vez le había dicho que él era uno de sus ídolos. El día que se anunció la lista definitiva de jugadores que acudirían al campeonato, “El flaco” reunió a todo el plantel y les dijo: “Es mejor dar los nombres de los descartes porque acabamos antes. Se quedan fuera Bottaniz, Bravo y Maradona”. Luque en ese momento se sintió en la obligación de consolar al más joven y se fue a por Maradona: “Diego, yo tengo casi 29 años, voy a jugar un Mundial en mi vida. Pero tú jugarás tres (fueron cuatro) y saldrás campeón seguro”. Luque dudaba de aquella decisión y como segundo capitán se lo fue a decir a Menotti: “¿Por qué el nene?”. “Pues porque no lo quiero quemar”, fue la respuesta del técnico.

A todo eso se refería Menotti cuando se reunió con él tras el viaje a Santa Fe para despedir a su hermano. Quedaba pendiente el asunto de su codo. El técnico le dijo que le necesitaba ante Brasil, que le iban a poner un vendaje muy fuerte y que le infiltrarían para que aguantase el dolor. Y así fue. Reapareció en la batalla que fue aquel partido. Jugó de forma pésima y se llevó palos de todo tipo. Pero Argentina empató y dejó el pase a la final pendiente de una goleada a Perú en el cierre de la segunda fase. Luque firmó un doblete en ese choque decisivo que metió al equipo de Menotti en el partido por el título ante Holanda. El resto es leyenda del fútbol. Argentina se llevó el título en el célebre partido que resolvieron los goles de Kempes y Bertoni en la prórroga. Luque ya era campeón del mundo. Mientras el Monumental estallaba de felicidad él solo se acordaba de su hermano, de lo que hubiese disfrutado viéndolo allí.

Hace años sobrevivió a un infarto, pero esta semana el coronavirus se lo llevó

“Maestro, no se preocupe que mañana hace dos goles”

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Luque siguió jugando en River Plate hasta 1980, conquistó cinco títulos nacionales, y luego rotó por diversos clubes hasta su retirada tres años después. Además se implicó en la lucha de las Madres de la Plaza de Mayo que reclamaban el esclarecimiento de las miles de desapariciones que había llevado a cabo la dictadura de Videla. Aquello le convirtió en un personaje incómodo y los milicos llegaron a secuestrarlo y a amenazarle en un descampado con liquidarlo. Pero no se achicó y siguió al lado de las Madres de Mayo. Su paso por la selección también se desvaneció y ya no estuvo en el equipo que preparaba el Mundial de España. Jugó algunos partidos más ya junto a Maradona. Con él vivió uno de sus últimos días grandes. Un amistoso en Escocia. Llevaba tiempo sin marcar y estaba algo apagado. Entonces pasó a ver a Diego en su habitación y le transmitió sus inquietudes. El joven solo le dijo: “Maestro, no se preocupe que mañana hace dos goles”. Y así fue. Maradona le dio dos asistencias y Luque se quitó de golpe la rabia que llevaba dentro.

Después llegaron sus años en los banquillos hasta que hace seis años tuvo que dejarlo después de sufrir un infarto al que sobrevivió de milagro. Y se apartó ya del fútbol. “Dios me dio una segunda oportunidad” manifestó en aquel momento. Pero el coronavirus ya fue otra historia. Se contagió a comienzos de enero y tras una serie de complicaciones Leopoldo Luque, uno de los héroes de Argentina en 1978, murió a los 71 años.

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