En su día, cuando la presencia de los ciclistas en el tráfico urbano era escasa y peligrosa para su integridad, se acordó que, en determinadas circunstancias, pudieran compartir las aceras con los peatones, buscando así su protección. A cambio, ante la presencia de peatones, los ciclistas deberían adaptar su velocidad a la de aquello y, en caso de aglomeraciones, apearse y llevar la bicicleta por la mano. Además, ante cualquier conflicto, la preferencia era siempre del peatón.

Ahora las cosas han cambiado mucho. Los ciclistas son legión y los automovilistas ya están más familiarizados con su presencia. Además, en nuestras ciudades existen varios kilómetros de carril bici y en muchas calles se ha limitado la velocidad a 30, 20 o 10km/h. Por tanto, que a día de hoy los ciclistas utilicen las aceras, supone un abuso y doble peligro para los peatones: que se lleve alguno por delante y la imposibilidad de mantener la distancia social. Porque, aunque generalizar es injusto, son muchos los ciclistas que no respetan nada. Llevar mascarilla no va con ellos y el riesgo de la baba por el esfuerzo, es más que evidente.

Pienso que llegó el momento de echarlos de las aceras y de los pasos para peatones, y someterlos a la disciplina viaria, como a los demás usuarios de las vías públicas.