La familia, mi familia, se está encogiendo, se está haciendo más y más pequeña. Y con lo cobarde que soy, siento miedo y una enorme gran tristeza.

Calo es mi cuñado. El marido de mi hermana Elena, el padre increíble de sus cuatro hijos y abuelo maravilloso de ocho nietos.

A Calo, que es de Vigo, lo conocí en Madrid. Lo recuerdo perfectamente porque era mi primer viaje a la capital, que era donde estaba mi hermana estudiando. Fueron unos días maravillosos, al menos eso es lo que mantengo en mi memoria. Y un día apareció Calo que también estudiaba allí y a la vez tonteaba con mi hermana. Tonteo que los llevó a formar un matrimonio de 50 años.

Calo era muchas cosas, ingeniero, navegante, el mar era una de sus grandes pasiones, amigo de sus amigos, amante de la vida y un luchador nato y, sobre todas las cosas, un padre increíble. Como navegante yo destacaría, por anecdótico, su aventura con "Gaspar", ¿recordáis al delfín?

El delfín que surcó nuestras rías y se topó con Calo en la dársena del Club Náutico de A Coruña. Mientras Calo comprobaba no sé qué en su barco, apareció Gaspar y sin avisarle le golpeó en el brazo y le provocó la rotura del radio. Y como Calo dijo: "un invitado poco amistoso".

La última vez que estuvimos juntos fue en Salamanca, en el cumple de un gran amigo. Allí Calo hizo de guía, porque aunque conocía Salamanca, él nos descubrió lugares que desconocía. Es que Calo también era un tío muy culto.

Cuando enfermó, hace mes y medio, él mismo me lo comunicó como hizo con sus amigos.

También fue un gran luchador. Luchó como nadie hasta el final y siguió y siguió hasta que su corazón dejó de latir.

Y aunque conocía que su enfermedad no tenía solución, yo mantenía, como hago siempre, quizás por cobardía, la esperanza. "Esa esperanza que emite la única luz capaz de iluminar las sombras más oscuras"