Mantenía la estabilidad de su familia cumpliendo con las máximas facturas que el fin de mes le permitiera pagar, pero quiso el destino que todo cambiara cuando perdió su trabajo y después lo perdió también su mujer; pasó un tiempo en que pagaban con los ahorros que tenían pero que poco a poco desaparecían al no tener qué ingresar; es verdad el proverbio, hay pícaros con suerte y hombres de bien sin ninguna, por eso, no se extrañó cuando un día llegó un requerimiento judicial que le informaba de que el tiempo se acababa y solo restaba ya pagar, no sabía con qué, pero el juez le buscaba una solución, le decía que lo haría, llegado el caso, con su propio hogar. Lo conocían como el vecino sociable que gustaba de alternar en el bar y ahora como el vecino que litigaba en el juzgado cómo vivir sin nada porque una empresa le dejó de pagar. Aunque todo se solucionó, nada fue ya igual, marcharon lejos esperando que nunca más tuviera su familia que depender de su trabajo para mantener la dignidad.

No faltaba razón a quien les exigía pagar lo que debían pues es de ley pagar por disfrutar, pero también lo es que una amistad de años resista más de tres meses una calamidad; era buscar sin encontrar una explicación a la debilidad de la amistad, que fluye o se estanca dependiendo del caudal del manantial.