Cuando pienso en mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, comprendo perfectamente que bien cierto es que 'no hay Carnaval sin Cuaresma'. Ha llegado con sus años a adquirir un sentido de la comprensión y de la compasión altamente significativa, ya que no le ocurre como a esos potros que de feria en feria van, cada día menos valdrán.

Ayer me contó que como buen ciudadano que es, este mismo lunes tuvo que desplazarse a una gestoría para hacer su declaración de la renta. Suerte tiene, pues todos los años le sale a devolver. Al momento de acabarla, el joven gestor, al que la ironía le viene de familia, le dijo que podía arañarle unos cien euros si en lugar de poner la equis para la Iglesia, la ponía para una organización. Se lo preguntó varias veces, pero ya a la primera dejo claro y bien sentado que esos cien euros eran lo de menos, que bastante hacía la Iglesia por los necesitados y que él siempre así lo había dispuesto y también quería contribuir con su poca ayuda. Entonces el gestor alabó su ideal y le contó que fulanito siempre acudía en los primeros días en que se abría el plazo para hacerla y tener así una ansia menos, pero que al decirle que este año, -por diversas resoluciones y preceptos legales- los cuatrocientos euros que le venían a devolver se los quedaría Hacienda cambió de cara y carácter y sin pensárselo le dijo que la diera por hecha, pues hecha estaba, pero que hasta el mismísimo último día no se la tramitara.

Entonces, taza de Ribeiro en mano, me acordé de que la diferencia en las grandes personas es que tratan a las cuestiones importantes como cuestiones importantes y a los asuntos insignificantes como asuntos insignificantes.