"Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro". (Groucho Marx)

Parece, pues, que los españoles estamos bien educados, si bien tal educación no surge de la lectura de libro alguno. Apuramos horas y horas delante de la pantalla del televisor. Y, por lo que se ha visto, mi formación educativa deja mucho que desear. Pero lo más degradante de mi deformación es mi desapego a escuchar las grandes propuestas de los políticos a los grandes, graves problemas, que hoy en día aquejan al país. ¿Las hubo?

Sea, pues, que no tenga formada opinión de lo que en esas dos apariciones televisivas se dijo o se dejó de decir. De lo que sí tengo opinión formada es que, con muy pocas excepciones, y tal como se dice que la excepción confirma la regla, es que si asistieron fue para defender su puesto de trabajo futuro. Un puesto de trabajo otorgado por el votante. Luego, como diría Pío Baroja, a pastar del presupuesto público. No he leído en ningún medio de comunicación escrito convencional, con posterioridad, de que hayan propuesto o contrapuesto los figurantes soluciones políticas para resolver los males que aquejan al ciudadano español.

¿Mal atávico de España? Afirmaba Bismarck hace más de un siglo que "lo increíble de España es que con una clase política tan inepta todavía exista el país". Yo más bien opino que lo que prima es la mediocridad en los políticos actuales. Y la mediocridad es infinita en tanto que el talento que sí tiene sus límites. ¿No merecerían estos políticos que la ficción relatada por José Saramago fuese una realidad? ¿De qué se valdrían si se diese el caso de que un 83% de los votos emitidos fueran en blanco, y que se tradujesen en asientos vacíos en el Parlamento? La obra del autor portugués, "Ensayo sobre la lucidez", es lectura recomendable como antídoto futurista para esta caterva de políticos. Lo malo es que leen poco. Lo poco que leen son dossiers apócrifos hechos a medida para desacreditar al adversario o propalar estadísticas falaces. El método propagandístico de Goebbels como manual político de cabecera.

Creo en la democracia y como tal acudo a votar en cada convocatoria electoral, tras muchos años de dictadura sin poder hacerlo. No necesito ayuda para decidir mi voto, tras un show televisivo, llamado debate electoral, propio de programas dedicados a airear trapos sucios ajenos. Voto en función de un programa propuesto con garantías de su cumplimiento, llegue o no a gobernar mi opción en urna.

Devoto soy del voto en conciencia y no del voto útil. Merecemos el debido respeto de quienes van a vivir de nuestros impuestos. Menos política ruidosa, tabernaria, cavernaria y más compromiso con el bienestar social de la ciudadanía.