En la España actual aparecen candidatos de la política nacional y autonómica que semejan sus funciones a la de matachines en paro o púgiles deportivos sin bíceps, con el único propósito de golpear al contrario sin motivo pero con engaño y fisura.

Gurús enfurecidos porque parecen desconocer su origen (España) y de ahí que no crean ni siquiera en su destino (España plural), pese al matiz firme que quieren dar a sus proclamas, acaso, partidistas y, sin ambages, sectaristas. En ese lastre, lo que escuchamos, día a día, no es precisamente una lección didáctica de política sino un símil de transmisión deportiva de conjuntos descoloridos y adversarios de lucha a muerte, con el único propósito de ganar la champions league en la unidad de destino en lo universal.

En el electorado apenas se acude a las taquillas, pues ante tanto ruido la desafección hace mella y así una vez que los gurús pisan el terreno de juego y todo está dispuesto para hacer la pirula, la grada con mínimo aforo muestra el desinterés por esta barrabasada contienda. Lógico -apunta el narrador-, pues la desesperanza de los extremos hace que medios e interiores y centro no rematen bien en las urnas y los indecisos muestren sus enfados, habida cuenta que la estrategia siempre es estar a la defensiva, y como portero un Caído por Dios y por España, con un mero ataque macabro intentando meter el tanto con la mano. En fin, un gurú representante de una banda sin equipo y con líder haciendo SS en el camino y con pancarta jaleando, mano en alto ¡Hey führer!

En esa España irrevocable que algunos desean recuperar como esencia de lo que fue para encontrar esa verdad -portadora de la unidad de destino en lo universal, civilización, cultura y fe- los gurús populares (tal como Lacalle) se muestran irrenunciables como elementos integradores de una realidad metafísica y espiritual, cuya misión no es otra que obligar a la escuadra derechista económica que dirigen a pactar con quien sea (más a la derecha) para que tal unidad de destino no se malogre con "felones", "traidores", "no constitucionalistas", "manchados de sangre"?y, por tanto, "separadores" de ese conjunto de nación a la que ellos llaman "España solo mía".

Queda poco ya, no para descifrar el mensaje, sino el que haya llegado durante este tiempo de campaña a profundizar en la ciudadanía, a fin de que el "manu militari", ojalá, se quede solo en un deseo nunca cumplido por quienes consideran que todo se arregla con portazos y ventanas cerradas, incapaces de respirar un halito de brisa como no sea el de su propia halitosis y que tanto envenena el aire que todo respiramos. Y digo yo, para querer a España no es necesario profesar con banderas, himnos e ir trabucando al contrario, ya que con tal tremolina solo se induce a condenar a cadena perpetua a esta España actual, inocente del primitivismo u homo luzonensis aparecido, que le invade en los últimos tiempos.