Días pasados estuve en Madrid, cogí el transporte urbano, 1, en la calle Cartagena para dirigirme a la Plaza Callao, tuve la suerte de sentarme e ir visionando por la ventanilla el trasiego de gente que de un comercio a otro aprovechaba estas fechas para efectuar sus compras ya de navidad.

Al poco tiempo, frente a mi asiento iniciaron dos personas una conversación sobre Madrid y la alcaldesa. Él dijo ser asturiano y ella gallega, empezaron a comentar sobre el gentío y que no entendían por qué todos venían en estas fechas a Madrid, con lo "mal que lo está haciendo Manuela Carmena". Él aducía que todo estaba "asqueroso" por tanta gente llegada de fuera y los coches no poder circular por el centro de Madrid. Ella asentía y le respondía que la iluminación era "una porquería, sin figuras navideñas, solo algunos árboles con bolitas de poca luz, pareciendo todo una patochada".

Como la conversación no daba mucho de más, él dijo ser de Oviedo y ella de A Coruña, entonces ambos brindaron lindezas sobre la capital asturiana y de la coruñesa plaza María Pita, para de sopetón él comentar que "un tal Julia" había sido detenido en Argentina por "ser uno de los autores de la matanza de abogados de Atocha, y donde se salvó la Manuela Carmena por estar fuera del despacho, tal vez sabiendo lo que iba a pasar".

Era imposible desconectar y dejar de escuchar porque los dos a medida que se iban agradando entre sí, hablaban cada vez más alto, lo cual me obligó a entrever más el itinerario de calles por donde circulaba el bus con la idea de llegar pronto a mi destino y olvidarme de estos memos que salían como polillas de un viejo armario, pero no fue posible porque me sorprendió la contestación y el razonamiento que le hizo ella: "Qué suerte tuvo la tipa, se salvó Manuela para desgracia nuestra", riéndose al unísono ambos, con un aluvión de más groserías y sin parar.

Me quedé perplejo por tales comentarios y no pude menos que pensar en cuánta gente habrá entre nosotros, que oculta sus sentimientos, si acaso los tiene, pero llegado el momento vierten con dureza su frialdad y realidad miserable que llevan dentro, indemne, sin depurar, y sin venir a cuento, lanzan sus dardos mortíferos o jabalina hacia quien se les ocurre o se les antoja, sin dilación, poniendo en su infamia las exageraciones, propias de bichos vivientes insignificantes y como única marca su adocenamiento y zafiedad.

Afortunadamente, el bus llegó a la Plaza de Callao, los dos murmuradores bajaron y siguieron sus banalidades; yo aproveché para perderme en plena efervescencia de gente que por doquier se desplazaban por toda la Gran Vía. Alegría, risas, músicas y tal gentío anularon mi pesadilla e incluso las proclamas e himnos de los hinchas del River Plate y Boca Junior, que al día siguiente iban a disputar la final de los Libertadores, me hicieron pensar que el viaje en bus había sido un mal sueño pero tan largo que estaba en Argentina.