Allí estaba Paco intentando asimilar como cincuenta años con su mujer se desvanecerían en recuerdos de buenos y malos momentos compartidos en tristes y alegres días que ya nunca volverían.

Mientras María era incinerada él se aferraba a la esperanza de un más allá; al menos para su mujer. Paco sin embargo siempre había tratado de convencerse de que no había más vida que la que fuese capaz de vivir o recordar. No por una cuestión de credo sino de pragmatismo: "¿Para qué encadenar lo terrenal a algo que nadie había podido demostrar?", solía repetirle a sus nietos convencido de que así serían un poco más libres. Pero fue a su nieta mayor, ajena a la presencia de Paco tras la puerta del salón, quien le preguntó a su padre ¿qué es lo que pasaría con el marcapasos de su abuela una vez muerta? No hubo respuesta, tan solo una mirada desconcertada que la pequeña inmediatamente tradujo en un silencio cómplice del dolor paterno. El marcapasos? repitió casi susurrando en el pasillo Paco. Él sabía que esa minúscula caja de titanio que ya formaba parte del cuerpo de María, era lo único que la aferraba agónicamente a este mundo, y también sabía que sería un estorbo para el siguiente. Sin dudarlo tecleó en su móvil "marcapasos e incineración". Para su sorpresa vio que había varias ONG alrededor del mundo luchando por la recuperación de marcapasos a los que al menos les quedase un 70% de batería para poder salvar vidas en otros países del Tercer Mundo. Tan solo la tercera parte eran extraídos antes de la incineración en EE UU, continuó leyendo Paco.

El resto de prótesis: de cadera, rodilla, tornillos? soportaban perfectamente sin alterarse la temperatura del horno crematorio, para ser fundidas en lingotes que posteriormente serían transformados en algún componente de un avión. Una mueca que intentaba parecer una sonrisa afloró en la cara de Paco: después de toda una vida intentando encontrar argumentos para convencerse de que la muerte no era algo traumático, que simplemente era parte de la vida, había encontrado la prueba de que finalmente íbamos al cielo; aunque irónicamente fuese formando parte de un avión.