Libertad de expresión: tema difícil. Ahora todo el mundo se ampara en ella. Y se concibe como libertad de insultar, de herir, de decir lo que me da la gana sin que nadie pueda rechistar. Y un alcalde se mofa de otro; y otro insulta a una política; y un parlamentario se ríe de una diputada; y otros queman fotos de alguien que no admiten? Y cada uno dice lo primero que se le ocurre: a quién sea; y cuanto más hiriente, mejor. ¡Oye, no te quejes!, que la democracia es así.

Por la misma lógica, un hijo puede insultar a su madre y llamarle "hija de?" (¡por su libertad de expresión!); un alumno puede increpar a un profesor en clase; y -salvando las distancias-, un adolescente puede entrar en un colegio de Florida con una escopeta y cargarse a quince compañeros, porque tiene derecho a expresar con libertad sus sentimientos religiosos (y a eliminar de paso, a todo el que no piense como él). ¿Cómo te quedas?

Es como si en la sociedad hubiera habido un concurso tácito de valores, y la "libertad de expresión" hubiera quedado como única finalista. Todos los demás, ¡fuera! No he querido adrede consultar textos eruditos sobre el tema (seguro que hay muchos y muy buenos), precisamente para apelar solo al sentido común, que es justo lo que echo en falta en todos estos planteamientos.

Entiendo que la "libertad de expresión" es posible solo cuando hay tal delicadeza y respeto hacia los demás, que -aun pensando muy distinto unos de otros-, cada uno puede manifestarse "libremente" sin herir a nadie, y por tanto sin alterar la convivencia. Y además, valorando la diversidad, que lejos de estorbar, enriquece.

Así lo he aprendido de mi familia, de la gente que me rodea y de mis compañeros de profesión. ¡Chapó por todos ellos! Reconozco que tengo esa suerte. Se puede hablar de todo si hay respeto y buena educación: dos de los valores descalificados. Leí hace tiempo no sé dónde que la educación es reflejo social de la caridad cristiana. Me gustó. Claro que es respeto, delicadeza con el otro, al que no tratas a batacazos, porque lo valoras.

Por eso, todas estas sandeces que se oyen, y que se justifican por la libertad de expresión, dicen mucho de la escasa categoría humana de quien las dice. Más aún si es un político que, por estar al servicio y a la vista de todos, debería ser, en cierto modo, ejemplar. Si no sabe respetar a los demás, malamente podrá servirles.