Mi hija me enseña alucinada el vídeo de Letizia (¡qué cursi esa z!) haciéndole la cusca a Sofía La Emérita. Al margen del ejemplo de mala educación que la Reina de España da a sus niñas, lo que me alucina de esta señora tan supuestamente leída y sofisticada, tan moderna ella y tan ex magnífica comunicadora, es que no distingue en absoluto entre la esfera privada y la pública, cosa que se estudia en primero de Políticas e incluso en primero de Periodismo.

En su casa, de puertas para adentro, Letizia Ortiz puede hacer lo que dé la gana, como todo quisque. Pero cuando se pone en modo Doña Letizia, es decir, cuando está en Palma de Mallorca en función de su trabajo de Reina, de ningún modo tiene disculpa su vejación a Doña Sofía. No la tiene porque en este caso ellas no son personas particulares, sino personas cumpliendo un mandato de la Constitución. Hacer un desplante a la monarca jubilada es una ofensa a la institución que nos representa.

A Letizia Ortiz alguien tendría que recordarle que le pagamos para eso: para que nos represente, y no para presumir de la belleza falsa que otorgan las operaciones estéticas. Me dan ganas de despedirla. Pero prescindir de su marido, de ese hombre guapo, emotivo y bastante más educado que su mujer, quizá no traiga a cuenta. Me da la impresión de que Felipe VI entiende su trabajo como un servicio a sus conciudadanos, y no como una pasarela de poder y notoriedad. Contratar a un presidente de la República puede salirnos más caro y además nadie nos garantiza que sea tan cariñoso y campechano como Marcelo Rebelo de Sousa, el hombre que hace de portavoz de nuestros vecinos portugueses.