Los continuos casos de corrupción en el amplio espectro político, solo son comparables a una incesante cascada de agua contaminada. El arrogante comportamiento de aquellos que entran en política para enriquecerse, saqueando sin pudor las instituciones del Estado, convierten en cloacas nauseabundas las formaciones políticas que les dan cobertura. Mientras tanto, a modo de epidemia incontrolada, la precariedad y la miseria tienen cada día mayor presencia en nuestro país.

¿Cómo es posible que el máximo responsable de un partido o de un ente público, no se entere de los tejemanejes de sus protegidos? ¿Qué extraña razón les lleva a ignorar, mirando hacia otro lado, el manifiesto enriquecimiento de aquellos que ostentan cargos públicos relevantes? ¿Será que se ha institucionalizado la patente de corso y los ciudadanos no nos hemos enterado? ¡Qué vergüenza de país!