Los nervios les atenazan ante la cercanía de una travesía en barco un perfecto día azul de principios de junio; el mar; tranquilo, anunciando una travesía en dirección a esas orillas que les acercaran a sus sueños. Manuel se había prometido que algún día volvería a la tierra que le había visto partir con su padre cuando él tenía cinco años. Ahora a sus setenta y cinco la costa de su tierra nunca olvidada lo saluda. Khaled, con la misma edad, se despide abrazado a su mujer viendo como los ahorros de una vida tan solo sirven para encontrar hueco a la familia de su hijo menor, en lo que parece un ataúd flotante abarrotado de desesperación y falsas ilusiones. Manuel, arropado por las nueve mil personas que habitan el más grande entre los grandes, el Harmony of the Seas, será recibido por la escultura en recuerdo de los que, como él y su padre, fueron acogidos en lejanas tierras al otro lado del Atlántico.