La visita del Papa a la isla de Lesbos debería suponer un aldabonazo a la conciencia de los europeos. El acuerdo con Turquía ha convertido el campo de refugiados de Moria en un centro de retención, donde quienes escaparon de la guerra permanecen retenidos a la espera de una posible deportación.

Francisco puso ayer rostro a estas personas y dio voz a su desesperación, sin dejar de alentar a Europa a reaccionar. Sería suicida no hacerlo.

Los 27 creyeron que, a golpe de talonario, podrían sellar la ruta del Egeo y evitar que su incapacidad de llegar a un acuerdo sobre un reparto de los refugiados hiciera saltar definitivamente por los aires el tratado de libre circulación de personas.