"Es lo mejor para el PP y para España". Con tal lapidaria frase el señor Rajoy rubricó su intención expresa de seguir al frente de los destinos del PP, que se verá confirmada después del pertinente y aclamatorio congreso partidario del próximo mes de junio.

La frase del principio tiene sus aristas. Porque es muy dudoso que la permanencia de Rajoy al frente de su partido sea lo mejor que puede pasar. Por lo pronto, a pesar del aumento de votantes, porcentajes y escaños, no ha conseguido ni siquiera arañar a su rival, que ha vuelto a derrotarlo sin paliativos. Esta vez no hay ningún megaatentado al que culpar del fracaso popular. Porque Zapatero se ha quedado a ocho escaños de la mayoría absoluta, después de arramblar con todo el voto de los partidos a su izquierda y del nacionalismo radical. En este sentido, el voto útil ha funcionado a la perfección. Y también la táctica zapaterina de gobernar haciendo oposición a la oposición, habilidad que le ha supuesto un alto rendimiento a la hora de cimentar su victoria.

Rajoy y los que le animan a perseverar en su intento no quieren darse cuenta de que no llega con ofrecerse como el gestor adecuado de la crisis económica que tenemos casi encima. Y no parece percatarse de que, al revés que su rival, él no dispone de partidos a los que fagocitar su bolsa de votantes, y tiene, por tanto, que pescar nuevas adhesiones en el electorado de centro, un sector del cual asocia su figura y la de sus conmilitones a la última etapa aznariana, con sus soberbios y su increíble error iraquí, por lo que no está dispuesto a apoyar a un PP sin renovación a la vista. También serían necesarias nuevas caras y nuevos hábitos de comportamiento de cara a la juventud, que no se siente convencida de que el líder del PP sea el genuino representante de una derecha moderna y avanzada, libre de tabúes ya periclitados.

En cuanto a que su permanencia en el puesto que ocupa sea lo mejor para España, recuerda mucho a las arengas que lanzaba Franco en sus soflamas defendiendo su "democracia orgánica"; pero aquel señor jamás se presentó a una elección libre, al revés que los líderes actuales, que deben confrontar en las urnas sus ideas políticas y sociales con la opinión decisiva del electorado, que tiene sus variadas y plurales ideas acerca de lo que puede ser mejor o peor para España. Y no parece que, al menos en estos últimos comicios, los resultados avalen el ideario que el señor Rajoy reputa como mejor para el país.

En resumidas cuentas, las cosas seguirán en el PP poco más o menos igual. Cambiarán, sin duda, los colaboradores próximos del mismo líder que permanecerá incólume tras su doble fracaso, y afrontará una nueva legislatura con la exclusiva esperanza de que la crisis económica se ponga al revés, que confirme sus peores augurios. Pobre consuelo será ese, sobre todo si se piensa que los costes habremos de pagarlos entre todos. Mientras, el señor Rajoy continuará ofreciendo su experiencia y su "fiabilidad", cualidad esta última de la que no se podrá dudar, porque, efectivamente, ha sido tan fiable que ha confirmado su segunda derrota ante el mismo rival. Hecho indiscutible que debería hacer reflexionar a aquellos que jalean su propósito de perdurar en el cargo. Por si acaso.