El hijo le dijo mil veces que no quería llevarlo al terreno que había comprado porque su ceguera no le permitiría ver nada, pero el viejo agricultor no dejó de insistir en que aunque era ciego quería verlo.

Más o menos mi tío Braulio del Palacio, nacido en San Román de la Hornija, empezaba siempre así la historia del ciego que tocaba los suelos y haciéndolo los valoraba agrícolamente.

Quizás por cansancio, el hijo enganchó el carro a las mulas y con cuidado preparó un apoyo para subir a su padre y un asiento en el que el agricultor viejo, ciego y sabio iría hasta el campo. Después, durante el largo camino, le fue reprochando todo el trabajo que había tenido que hacer y lo mucho que no había hecho por no decirle a su padre que no.

Al fin llegaron al terreno comprado. Era, como dicen por aquellas tierras, un “perdido”, un terreno de muchos años sin cultivar.

Caminaron un buen trecho cogidos de los brazos. Después, el ciego se agachó y palpó las hierbas. Siguieron como cincuenta metros más y volvió a hacer lo mismo. Anduvieron derecha a izquierda muchas veces. El hijo empezó a refunfuñar y su padre por primera vez alzó la voz y le gritó que no le distrajera en su trabajo. El joven calló y se mantuvo en silencio ya todo el viaje.

De vuelta en casa el ciego habló de lo que había visto

-Has hecho una buena compra. De la parte alta hacia lo más bajo, como en unos doscientos metros, te irá muy bien la remolacha, los vientos de los dos pueblos cercanos fertilizan con sus chimeneas el campo. En el bajo hay una buena tierra para huerta, muy drenada. Yendo hacia al sur desde esa zona el suelo tiene mucha arcilla pero con mucha “basura” podrás hacer una muy buena tierra hasta para trigo duro.

Y siguió diciendo durante mucho tiempo verdades como puños, decía siempre el hijo.

-Padre, ¿cómo se ha enterado de todo eso?- le preguntó

-Porque las hierbas y la tierra hablan. Las ortigas me picaron en la tierra muy drenada. En otros sitios donde las chimeneas fertilizan los campos había lechuga brava y diente de león. Cuando me dejaste solo para ir a hacer tus necesidades, que te llevaron mucho tiempo (añadió con un cierto sarcasmo), yo con mi saliva amasé la tierra e hice una tira con ella, que solo se puede hacer si el suelo es bueno.

Y siguió explicando todo lo que “había visto”.

Estos días he pensado mucho en esta historia y en cómo las personas pueden hacer posible lo que parece imposible. La pandemia nos ha enseñado que las naciones deben tener actividades diversas para resistir en tiempos difíciles y que solo aprendiendo saldremos mejor adelante en el futuro.

Cerca de mí veo gente capaz. Creo que es bueno decir algunos nombres. José, o Ferreiro do Mallón; Ramón, el mecánico de maquinaria agrícola de Guillarei; Nieves, hostelera del cruceiro y emprendedora de cualquier actividad; los chicos de Fibralar que me han puesto vídeo en casa; Telmo y Diego, fontaneros y calefactores; mi amigo de mil aventuras, Eduardo Vila, empresario que está dando vida a granjas avícolas; y muchos más. Tenemos personas muy formadas y capaces de crear riqueza. Solo de turismo no se hace un futuro sólido.

Dar a conocer y promocionar actividades posibles, y sostenibles, y despromocionar las que no interesen es la tarea que deberían, al menos, hacer los gobiernos.