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Los misterios y leyendas de A Moura y de la Galiña de Ouro de Besomaño al descubierto

Rafael Rodríguez durante los trabajos de excavacióniniciados en enero de 2011. | IÑAKI ABELLA Iñaki Abella

Diez años han tardado los arqueólogos en comprender Besomaño, un espectacular castro de la Edad del Hierro situado en Leiro (Ribadumia) en pleno corazón de las Rías Baixas, cuyos secretos escondió la tierra durante veinte siglos, aunque alimentó leyendas como la de la Moura o la de la gallina de “ouro”.

Y es que 500 años dejan una pegada que perdura en el tiempo, más si el poblado tuvo la relevancia que muestran sus estructuras y la riqueza en joyas, cerámicas, armas y dinero; más de cien mil piezas obtenidas a lo largo de las cuatro fases de la excavación y puesta en valor de este arcaico recinto.

Recinto estratégico

En resumen, el yacimiento se sitúa en Lameán de Arriba, en la parroquia de San Xoán de Leiro que topográficamente ocupa un espolón con un amplio dominio del valle final del río Umia, como describe el autor del trabajo y director de las excavaciones Rafael Rodríguez.

Asa campaniforme en bronce que fue encontrada en la primera fase de las excavaciones Iñaki Abella

Sus conclusiones son especialmente curiosas pues tras haber analizado cada estrato del terreno, cada piedra y cada pieza obtenida por los sucesivos equipos ha conseguido trazar una composición de aquella sociedad protohistórica que ha tenido una enorme relevancia, como se puede deducir al recomponer el puzzle.

En suma, se trataba de un poblado fortificado con espectaculares murallas en piedra, torreones de vigilancia, fosos y una monumental y estratégica entrada que daban la más absoluta seguridad a sus moradores.

Modelos sociales de la época

Una vez en el interior, la estructura también refleja un modelo social muy concreto en el que se observa la existencia de élites y jerarquías, en el que existen gremios dedicados a la agricultura y la siderurgia, y que además llevaba a cabo rituales y ceremoniales de enorme relieve como reflejan la aparición de un cuenco o vaso bajo una de las estructuras más antiguas del poblado, o la cabeza de guerrero que se halló bajo las piedras de la estratégica entrada al yacimiento.

Los arqueólogos estudiaron al detalle cada uno de los fragmentos hallados Iñaki Abella

Rafael Rodríguez subraya, en las conclusiones de su trabajo, que el poblado debió mantener “contactos con el mundo mediterráneo, cultivaba una serie de ritos y formaba una sociedad desigual, jerarquizada en la que existían, con seguridad, élites”.

La jerarquía se observa en el poblado por los métodos empleados en la arquitectura y sus mayores dimensiones

Rafael Rodríguez - Arqueólogo director de las excavaciones en Besomaño

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Añade que dichas élites existieron cuando menos en el siglo II a.C. “una jerarquía que se distingue del resto de los habitantes del poblado por los métodos empleados en la arquitectura, los restos cerámicos u otros elementos relacionados con la posesión y control de metales”.

Añade que esas familias dominantes “organizarían la distribución de los cereales que atesoraban en grandes almacenes emplazados a escasos metros de su unidad habitacional, controlando así al resto del poblado” .

La casa del patróm

Se refiere Rafael Rodríguez al que fue dueño de la “casa patio” a la que denomina “Casa del Patrón”, localizada esta en el área sur del aterrazamiento excavado íntegramente”.

Se trata de una enorme estructura, similar a otras construidas entre los siglos I a.C y I d.C de los “grandes oppida del sur de Galicia y norte de Portugal, especialmente en San Cibrán de Lás (Ourense)”.

Una colosal muralla rodeaba el poblado al que se accedía por una entrada muy vigilada

Explica que el edificio es un espacio con planta en “L” al que se accede por una escalera “cuya funcionalidad está relacionada con el almacenamiento, pues en su interior se documentaron restos de ánforas Haltern-70 y un buen número de vasijas y dolias de almacenaje de la Fase III del Hierro II, típicas de la tradición alfarera de Rías Baixas”, explica el arqueólogo que cita a su compañero González Ruibal.

Además cuenta con un espacio circular al que se le adosa otro rectangular, ligeramente más elevado, si bien en este caso “estas estructuras tienen una finalidad claramente habitacional, pues en el caso de la redonda se documenta un hogar, con un buen número de materiales de cocina con restos de hollín”.

Cabe señalar que este edificio especial difiere del resto de las estructuras existente en el castro “estableciendo una clara desigualdad, que se acentúa por la posición dominante del espacio en el que se imbrica, controlando al resto de edificios, tanto habitacionales como productivos y de almacenaje”.

En las cuatro fases de trabajo se descubrieron las viejas edificaciones, primero espacios habitacionales circulares con su hogar y también otra zona con características de un “pequeño taller metalúrgico”, en el que se documentaron moldes de fundición, escorias, lágrimas fundidas y un elevado número de manufacturas de bronce, entre las que destacan un soporte campanular de asa de sítula decorada con motivos de espigas, sobre la que cuelga un aro que sujetaría el asa del caldero.

Una sortija hallada durante las excavaciones en Ribadumia Iñaki Abella

Se señalizaron asimismo varios agujeros de poste y otras estructuras que luego sirvieron en las siguientes campañas para determinar los diferentes períodos del poblado.

Comenzó así la segunda campaña en la que se comprobó la “continuidad ocupacional del aterrazamiento y en el que se definieron los espacios públicos y privados, durante las tres etapas de ocupación que se le supone”.

Y a la vez se extrajeron del subsuelo nada menos que 30.577 piezas entre las que destacan dos que rompen el esquema general del estudio: una dolabra de hierro que aparece clavada en el pavimento de una de las estructuras del sector norte y una fíbula zoomorfa o leonomorfa de origen galo, localizada en un derrumbe de la zona central del aterrazamiento, ambas piezas relacionadas con la legión romana y datadas en la primera mitad del siglo I.

Monedas romanas localizadas en la croa del Monte do Castro Iñaki Abella

La tercera campaña de excavación fue tanto más productiva pues los arqueólogos fijaron su interés en un edificio dedicado al almacenaje de excedente agrario y construido en material perecedero que se preservó por la acción del fuego, pues el poblado se supone fue quemado en la invasión romana.

Pero sobre todo se definieron las defensas del yacimiento en dos puntos concretos; la enorme muralla y la puerta monumental, así como el foso en “V”.

Aspecto que presenta Besomaño durante los trabajos topográficos Iñaki Abella

En esta campaña se documentaron 33.537 piezas entre las que destaca un fragmento de un aríbalos rodio, una peana calada con una profusa decoración incisa y plástica, dos remates de bronce de sendos puñales de antenas, un cuenco de fabricación indígena totalmente decorado en su base y una “cabeza-ídolo” en piedra.

La cuarta fase de los trabajos corresponden a la consolidación de las estructuras, pero los arqueólogos también se centraron en las inmediaciones de un afloramiento granítico conocido como Pedra Santa, que sufrió un salvaje vandalismo.

La croa fue uno de los espacios singulares del castro de Besomaño Iñaki Abell

Rafael Rodríguez sostiene que la croa de Besomaño tuvo tres etapas de ocupación: la más antigua entre el siglo III-II a.C. que se identifica estructuralmente con varias cabañas circulares de amplios diámetros y un espacio dedicado a la metalurgia, al que aparece asociado un depósito de fundición “excepcional” y que se conoció tras el descubrimiento de un caldero de remaches de bronce.

Infraestructuras defensivas

Y añade el arqueólogo de la Diputación en su trabajo que entre finales del siglo II a.C y el I a.C, este espacio “se modifica” con la “construcción de la muralla pétrea, se reduce el diámetro de las cabañas habitacionales, aparece una construción de planta elíptica en el punto más alto de la acrópolis con un acceso a modo de callejón definido por dos muros paralelos en un espacio que se dedica a almacenaje”.

Alguna de las piezas localizadas en las excavaciones Iñaki Abella

Este espacio en la croa volvió a ser aprovechado en el siglo III d.C pues con ocasión del derrumbe de aquella muralla “alguien deposita un tesorillo de 15 monedas romanas”, con efigies de emperadores.

Fue en esta etapa cuando los arqueólogos se fijaron especialmente en la fortificación del poblado, lo que sucedió en torno al siglo II a.C.

Además de consolidar los cimientos de la enorme muralla, en esa etapa también se llevaron a cabo trabajos de recuperación de la puerta, un período en el que se recogieron nada menos que otras 25.642 piezas, muchas de ellas interesantes para conocer el lugar.

Escalinata que daba acceso al poblado por la monumental entrada Iñaki Abella

Rodríguez destaca en el resumen de su trabajos que entre otros objetos hallaron una pulsera de bronce similar a las de otros yacimientos de las Rías Baixas y un borde de sítula broncínea profusamente decorada, una cuenta de collar de madera y un puñal de antenas fabricado en hierro, sin olvidar el tesorillo romano y el caldero de remaches antes citados.

En el profuso listado de objetos, el trabajo de Rafael Rodríguez centra su interés en “las ánforas, un askós muy fragmentado, varias piezas de cerámica pintadas e incontables pastas amarillentas atribuibles a producciones gaditanas, además de determinadas producciones indígenas, algunas con profusa decoración estampillada”.

Brigada que participó en la recuperación del poblado de Leiro Iñaki Abella

Vasija ritual y estatuilla de ídolo, elementos de protección

Si las construcciones son importantes para los arqueólogos ha habido también hallazgos que ponen énfasis en las tradiciones y creencias de los pobladores. Especialmente interesante es el aspecto ritual que parece pervivió durante los cinco siglos del poblado castrexo. Se llega a esta conclusión por el hallazgo de un cuenco cerámico bajo una de las cabañas circulares más antiguas. El vaso que cuenta con una profusa decoración incisa y un acabado bruñido que le aporta reflejos metálicos en su base se localiza en una pequeña fosa.

Se da la circunstancia de que se conservó siempre lo algunos autores entienden que “se trata de una acción que mezcla creencia y cotidianidad”. También entienden que tiene carácter ritual la construcción de la puerta de entrada a la que se accede por una rampa en “L” que se estrecha y con refuerzos triangulares y que en su parte superior debió sostener una especie de garita en madera, similar al castro de Castromaior. Aquí se localizó la estatuilla de piedra antropomorfa, un cipo figurado, que estaba dispuesto para que todo el mundo lo viera al entrar. De gran simbolismo en las sociedades de la época.

Pero la estructura que más entusiasmó a los arqueólogos de Besomaño es la enorme muralla que fortifica todo el poblado y lo protege de casi cualquier invasor. Explica Rodríguez que en la última fase, desde mediados del siglo I a.C. al siglo I de la actual Era “el yacimiento está completamente fortificado, rodeado por una muralla colosal, que llega a los 4,5 metros de anchura y con refuerzos puntuales a modo de torreones rectangulares”.

Un colgante localizado en una de las cuatro fases de la excavación Iñaki Abella

Añade que a esta fase corresponde la entrada Norte o entrada monumental, “no solo desde el punto de vista arquitectónico, sino también simbólico”.

Semejante estructura protegía tanto a los habitantes como la enorme producción cerealística que guardaba el poblado en su interior de forma muy ordenada.

Berberechos y almeja fina

Revelador durante los trabajos de excavación fue el hallazgo de un particular “concheiro” junto a la entrada monumental y muy cerca del ligar en el que se localizó la estatuilla del ídolo antropomorfo. Documenta un banquete ceremonial con restos malacológicos mezclados con otros de materia vegetal carbonizada y pequeñas esquirlas óseas de mamíferos, tres escamas de pescado y parte de un recipiente cerámico. Aparece un claro predominio del berberecho común y almeja fina por lo que se corresponden con un banquete de carácter ritual liminal, que reforzaba en la Edad del Hierro de la Europa Templada el papel protector de estos espacios de acceso.

Otro momento de la intervención en el fuerte de Ribadumia Iñaki Abella

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