Mañana domingo cumplirá 60 años, pero ayer tuvo una celebración de esas que solo ocurren una vez en la vida. Carlos Alfonso Piñeiro vivió su última jornada como profesor y la despedida que le brindó la comunidad escolar del colegio San Tomé estuvo a la altura de una persona que ha dejado una profunda huella entre decenas de generaciones de cambadeses.
Atrás quedan 36 años de docencia, los últimos 24 en un colegio en el que se ha sentido, se siente y se sentirá querido para siempre. Sin embargo, aunque como él mismo dice “en San Tomé puede pasar de todo”, para nada imaginaba una despedida tan emocional como de la que fue objeto. Más de 400 personas le hicieron un pasillo triunfal en el que no faltaron los saludos, aplausos y vítores de todos y cada uno de los que quisieron expresar su agradecimiento a tantos años de dedicación, y no solo en lo académico, sino también en lo humano.
Atrás quedan 36 años de docencia, los últimos 24 en un colegio en el que se ha sentido, se siente y se sentirá querido para siempre
Natural de Cobas, Carlos Alfonso inició su labor profesional en 1985 en una escuela unitaria en Salvaterra do Miño. Especializado inicialmente en geografía, también tuvo paso por Salceda de Caselas. Poco después surgió la posibilidad de un traslado al colegio de Viñagrande en San Miguel de Deiro como profesor de educación física y no lo dudó. Tras formarse con unos cursos de especialización en A Coruña, encontró en el deporte el canal donde mostrar toda su capacidad didáctica.
Poco después de llegar a Vilanova, ya en 1997, surgió la posibilidad de acercarse todavía más a su Meaño natal en el colegio de San Tomé y allí inició una etapa en la que le tocó formar parte de las vidas de centenares de personas que encontraron en él a ese profesor que nunca se olvida.
Me esperaba algún detalle, pero para nada lo que me encontré
Una trayectoria como maestro que ayer tocó a su fin cuando concluyó antes de tiempo su clase en el pabellón del colegio, “me quedaban 20 minutos de clase, pero el director entró y dijo que se había terminado la clase. Me esperaba algún detalle, pero para nada lo que me encontré”.
Nada más salir de la que fue su última acción en la docencia, Carlos Alfonso se encontró con una ola humana de agradecimiento. “Cuando lo vi no sabía ni que hacer. Veía niños de un lado y del otro con sus mensajes en cartulinas, regalos hechos por ellos y hasta ramos de flores recogidos por ellos... Cuando iba por la mitad del recorrido, ya me empezó a entrar una emoción tremenda porque ves a exalumnos, padres, profesores. Quería controlarme, pero al final me desmoroné y rompí a llorar de emoción”.
Reconoce además que “cuando te encuentras con una despedida así te queda la sensación de que algo bueno has hecho por los demás. Me voy, pero siempre seré uno más de la comunidad de San Tomé”.