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Las escuelas de toda la vida en Meaño

Los alumnos del centro escolar de A Chanca con su profesor Don Francisco, en una foto de familia típica durante los años cuarenta del pasado siglo. | // FDV

Adentrarse por los desvanes de la memoria de los meañeses retrotrae a los años de la posguerra, en un tiempo en que los escolares alternaban su formación escolar con el trabajo en campo. Desde largas caminatas con zuecos bajo la lluvia hasta la escuela, a las madrugadas en las que se complementaban labores agrarias antes de acudir al aula, pasando por los días de absentismo condicionados por las tareas del campo.

En la parroquia de Meaño, a sus 89 años la memoria de Aida Lage Ferreiro se sitúa en 1937, cuando la Guerra Civil, y aquella escuela mixta se impartía en el primer piso de ala sur del pazo de Lis. “Empecé a los 6 años yendo a clases de Doña Oliva -recuerda-, buena profesora, ancha de cuerpo, y con un carácter que, cuando se enfadaba, te soltaba un mamporro a las primeras de cambio”.

“A la entrada -explica- teníamos que saludar con un ‘Ave María purísima’ y a las 12, cuando tocaba la campana, hacíamos un alto para rezar el Padrenuestro y el Ave María”. Añadido, refiere las carencias de entonces: “

Doña Oliva, buena profesora, ancha de cuerpo, y con un carácter que, cuando se enfadaba, te soltaba un mamporro a las primeras de cambio”.

Aida Lage - Alumna de Doña Oliva

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Yo iba a clase con una especie de mandilón y ese fue el mismo traje que empleé para celebrar mi Primera Comunión”.

A inicios de los 40 aquella escuela mudó para la vivienda de Miguel Dovalo (hoy nº 4 de la rúa de Desiderio Dovalo), organizándose con el Régimen un aula masculina y otra femenina, y que se cedió en alquiler como casa-escuela para la maestra. En la femenina, a un paso efímero de Doña Valvanera (Cambados), le sucedió en 1946 Purificación González Fernández, cuyo nombre la memoria legó como Doña Pura, mujer que llegaba de impartir clases en Sísamo (Carballo) y que permaneció en Meaño hasta su cierre.

Eso sí, en el camino se quedó el retorno de su esposo Paco Calviño, también maestro que había servido en Caldelas de Tui, donde fue represaliado por unos años. Su reingreso en la profesión y posterior traslado a la escuela masculina en Meaño, se frustró al fallecer por leucemia en el verano de 1955.

También dejaron huella

En ella se refiere el paso de maestros como Jaime Bargés “O Meco” y Don Felipe (a quien le colgaron el apodo de “Chicoria). A sus 80 años Victoria García recuerda como “Jaime Bargés venía desde O Grove en autobús, se apeaba en Dena, tenía que caminar cada día tres kilómetros para llegar a la escuela de Meaño, y lo mismo a la vuelta”.

Luego, hacia 1958 le siguió el traslado de la escuela femenina a Outeiro, inmueble que el estado había construido para la ocasión a mediados de la década. Lo hizo en un solar que antes fuera Ayuntamiento y que acabara arrasado por un incendio en 1946.

Las reticencias de Doña Pura, que exigía que se dotara la escuela de agua corriente, retrasó la mudanza. Mientras, la masculina se mantuvo en la casa de Miguel Dovalo.

Una maestra con sus alumnas en el interior del aula, con su encerado. | // FDV

En Dena su primera escuela nacional se recuerda en una vivienda de A Chanca, a pie de la que hoy es comarcal 550 (actual nº 2). El capellán Don Pedro, recordado por su carácter arisco, es el primer maestro que refieren, a finales de los años 20. A él le sucedió Don Paco, D. José Lis (natural de Dena, vinculado al Movimiento y a la represalia franquista, y que llegó a convertirse en alcalde en 1953).

Y en la femenina, anexa a la anterior, impartió docencia Doña Milagros, Doña Manuela o Doña Sofía. “Bajábamos desde Viliquín, caminando dos kilómetros y, cuando llovía, me cubría desde la cabeza con un saco de esparto, porque no teníamos ni paraguas”, relata Esperanza Esperón a sus 87 años.

El crecimiento de Dena hizo surgir a inicios de los años 50 dos escuelas nacionales más. Esa segunda masculina se estableció en el hoy nº 44 de la rúa da Igrexa, vivienda de José Lis, donde él pasaría a impartir clases recepcionando a los niños de la parte alta de Dena.

Las últimas unitarias

Mientras, en A Chanca, le relevaba D. José “O Meco” y, tras jubilarse, D. Francisco quien, a la postre, sería el último maestro de aquella escuela. “Don Francisco era un hombre serio -rememora Javier Viñas, alumno suyo a finales de los 50-, tranquilo, pacífico y que no nos pegaba capones”. Entre el alumnado de D. Francisco, se contaba a Roberto Varela, a la postre conselleiro de Cultura de la Xunta.

La segunda escuela femenina se ubicó en pleno centro, en el primer piso del hoy nº 25 de la rúa de Galicia que, durante la guerra, fuera local de la Guardia Cívica. En ella impartió clases Lourdes Reboiras, luego primera directora de Colegio Nacional de Coirón.

Escuela masculina de Meaño, en una imagen tomada entre los años 40 y 50. | // FDV

En Xil la escuela femenina se ubicaba en una vivienda de Picón, hoy derruida y que presenta desde hace años la estampa de una casa a medio construir. Aquel inmueble, propiedad de la familia Sueiro, actuaba como casa-escuela en su primera planta, contando con un baño común y retrete que evacuaba directamente en un establo-, mientras que en la planta baja albergaba la vieja carpintería de Duarte.

"Entonábamos cada día antes de salir el ‘Cara al Sol’ con el brazo derecho en alto"

Fina Castro

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A sus 87 años, Fina Castro recuerda a Doña América, esposa de militar, que fuera su primera maestra durante los años de la Guerra Civil “y con la que entonábamos cada día antes de salir el ‘Cara al Sol’ con el brazo derecho en alto”. A ella le siguió María Fernández “que nació en Argentina -relata-, quedara viuda y fue tía de las que luego serían las famosas trillizas argentinas que hacían los coros de Julio Iglesias” (en referencia a las coristas Laura, Emilia y Eugenia Fernández Rousse).

También en Picón, en el actual nº 3 (“a casa de Horacio”), estaba la masculina, a escasos 150 metros de la anterior, y donde impartieron docencia Víctor Trabazo -que acabó represaliado en la Guerra Civil- José Antonio Medaniche, D. Abel, D. Esteban y, el último y con el que cerró, Ramón Aurelio Iglesias García. A este su antiguo alumno Manuel Canario, lo definió como “gran maestro y padre a la vez, que nos enseñó y convivió de una manera ejemplar”.

"Con la maestra Rosa Varela rezábamos el Ángelus al salir"

Etelvina Varela - Alumna de Xil en los años 50

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A sus 72 años Etelvina Varela nos devuelve a la escuela femenina, años 50, de su Xil natal, cuando impartía Rosa Varela “con la que rezábamos el ‘Ángelus’ al salir”. Una maestra que legó el recuerdo de su exigencia, “tanto que en uno de sus castigos -recuerda- Etelvina-, le puso un sombrero con orejas grandes a una alumna, y nos envió a acompañarla hasta la escuela de D. Ramón”.

"A una alumna le colocaron un sombrero con dos orejas grandes"

Etelvina Varela

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Simes contaba también con dos escuelas ubicadas en el lugar de A Igrexa. La masculina, en la vivienda de Ramiro Agís y Delia Blanco, y la femenina en el actual nº 13 del barrio. Los parroquianos de más edad rememoran a los maestros Luis Carrajal Peón, Don Amador “que fue el único que intentó organizarnos por cursos” -recuerda Manuel Agís-, una breve estancia de Paco Calviño, luego D. Donato y D. Paco, que llegara de Tenorio. Y en la femenina, Maruja Varela y Aurora Centeno Romero, con la que cerraba a finales de los 60.

En Cobas, a sus 95 años, Teresa Riveiro, rememora su primera escuela en los albores de la II República: “Estaba en Outeiro, cerca del alto, era mixta y daba clase Crisanto Rial, que era de Vimianzo. Más tarde se creó la femenina, con apenas siete niñas, situada más abajo, al pie de la carretera, y donde impartía Aurelia Carballa Valcárcel, que era castellana”. La dos eran casas-escuela, y en la masculina el último docente registrado fue Marcelino Bugallo.

Centro mixto en Lores

En Lores compartieron finca -que no aulas- la masculina y femenina. Lo hacían en el conocido como Hogar San Benito, un inmueble propiedad de Pepe Calviño, que acabó por donarlo a la Iglesia. A sus 90 años José Domínguez, rescata de su infancia de mediados de los 30, al maestro D. Eusebio “en una escuela muy tranquila, porque en mi generación no se hacía un examen”.

"En mi generación no se hacía un examen"

José Domínguez

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A mediados de los años 50 aquella masculina se trasladó a una casa-escuela, que construía el estado en Paradanda. Era una vivienda en perpiaño, con porche a la entrada, siguiendo el modelo que también imperaba en la escuela de Outeiro (Meaño). Estas fueron las únicas meañesas de titularidad pública, y se venderían a inicios de los años 70 por el Ayuntamiento, que entonces presidía Marcelino Torres. Mientras, el aula femenina se mantuvo en el Hogar San Benito, y por ella pasaron maestras como Doña Oliva, Doña Carmen y, la última, Celia Dopazo.

La escuela de Padrenda fue la más tardía. A sus 82 años, Feliciana Casal recuerda que “no teníamos, y había que caminar tres kilómetros hasta Castrelo o Cobas para ir a una. Yo fui solo dos meses a la escuela en Castrelo, caminando con zuecos.

Luego, con 14 años, recorría con ellos seis kilómetros para ir a trabajar a la fábrica de Guisasola en Vilalonga”. No fue hasta los 50 en que Padrenda pasó disponer de escuela, la única mixta por lo exiguo de su población. Se ubicó en una vivienda cedida en alquiler por la familia Zárate, que aún se conserva hoy al lado de la casa de cultura, y que por entonces ejerció también como casa de maestro. En ella, recuerdan, impartieron clase las hermanas Dña. Carmen y Oristila Barreiro y, la última, Mª Carmen Piñeiro (natural de la propia localidad de Padrenda).

“Una pizarra y un pizarrillo”


“En escuelas parroquiales de finales de los 40 las clases se impartían de 9 a 12 horas por la mañana, en que las matemáticas, ortografía, geografía e historia sagrada eran pilares de la enseñanza. A ello añadían una jornada de tarde, generalmente entre las 15 y las 17, tiempo para lectura y, en la femenina, costura y labores del hogar. “Los escolares -recuerda a sus 80 años Victoria García- llevábamos una pequeña pizarra más un pizarrillo para hacer las primeras letras y muestras. Luego, una libreta que escribíamos e ilustrábamos, valiéndonos de pluma y un tintero que teníamos en medio del pupitre con asiento para dos”. En Simes, a sus 79 años Manuel Agís rememora sus libros escuela. “El primero que tuve fue ‘El Primer Manuscrito’, y luego los libros de Primero, Segundo y Tercer Grado de la enciclopedia Álvarez, que eran compendios de todas las materias”. Incluso al final -en pleno régimen- esta colección contaba en sus libros con lecciones de educación política-nacional, en la que aleccionaba a los escolares en canciones e himnos militares, el caudillo, la Falange, con simbolismos y conmemoraciones.

Otras parroquias

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