Al igual que le ocurrió a Donald Trump, aunque por diferentes razones, y en verdad diametralmente opuestas, cuando Joe Biden arrancó la carrera de su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos, muy pocos apostaban por él para que se erigiese en la baza del Partido Demócrata para derrotar al magnate norteamericano. Se le achacaban un déficit de punch en el cuerpo a cuerpo, una falta de carisma en público y un exceso de edad (78 años).

Cierto es, en cambio, que Biden gozaba de un merecido prestigio en la política norteamericana en la que, durante la legislatura de Barak Obama, había jugado, como vicepresidente, un importante papel en el cumplimiento de varios puntos básicos del programa electoral, y que su capacidad de negociación había sido demostrada a lo largo y ancho de su ya prolongada carrera, en la que destacó como un hombre de las instituciones, del sistema. Accedió a su primer cargo político ya en 1972, antes de cumplir 30 años, como senador por el estado de Delaware, así que su experiencia le permite conocer como nadie todo lo que se cuece en los pasillos de la Casa Blanca.

En favor de él jugó también el hecho de que sus principales rivales provenían del ala izquierdista del Partido Demócrata, y bajo esa bandera resulta casi imposible ganar unas elecciones en el país más poderoso del mundo; de manera que, para el aparato demócrata, Biden derivó en el candidato ideal no ya solo para unificar el voto de los suyos, sino también para captar parte del potencial voto trumpista. La candidatura de Biden recibió el definitivo espaldarazo demócrata en junio de 2020, cuando alcanzó el umbral de 1.991 delegados necesario para asegurar la nominación y, el 7 de noviembre, cuatro días después del día de oficial de las votaciones, fue anunciado como el virtual ganador de las elecciones presidenciales, algo que ya se preveía en las encuestas, pero que ni en las vísperas del 3-N era creído del todo, entre otras cosas porque el sistema electoral en Estados Unidos es sui géneris donde los haya: se pueden obtener millones de votos más que el rival y, sin embargo, perder.

Biden confirmado como ganador de las elecciones

Biden confirmado como ganador de las elecciones Europa Press

¿Qué había ocurrido? Pues, en primer lugar, que en las elecciones de 2020 votaron más estadounidenses que en cualquier otra y, en segundo, que los dos principales candidatos (Biden y Trump) obtuvieron una cifra superior a los 70 millones de votos cada uno, siendo ambos los candidatos más votados de la historia, y con Biden ostentando el primer lugar, alcanzando casi 80 millones de “papeletas”. Sin embargo, Donald Trump recibió alrededor de 73 millones, es decir, siete millones más que en 2016. Las encuestas volvieron a equivocarse aún más esta vez que en 2014, cuando Trump ganó y le daban por perdedor, aunque paradójicamente sí acertaron en el ganador.

¿Por qué Trump perdió vez? Argemino Barro, periodista gallego afincado en Nueva York, lo tiene claro y así lo declaró en una entrevista a FARO DE VIGO: “Pues porque Donald Trump es una figura muy polarizante; el número de gente que literalmente lo odia es mayor que el número de gente que literalmente lo ama. El resto, la economía, la pandemia, la sanidad, los impuestos, la violencia racista, etc, solo fueron detalles de atrezzo. En esta ocasión, la partida se jugó, más que nunca, en el escenario de las emociones”. Eso sí, la sociedad norteamericana, en especial la urbana, se ha mostrado más dividida de lo que se pensaba, porque el efecto Trump no solo ha calado en las hemisferios de votantes ultraconservadores y nostálgicos de la “Gran América” sino también en una nada desdeñable porción de la clase media (blanca, pero también afroamericana y latina) que no ignoró el éxito de su política económica hasta que la pandemia del coronavirus hizo su irrupción. De hecho, no ha sido la Economía uno de los campos en los que Biden ha enfatizado durante su campaña. Los expertos creen que su política económica será la propia una socialdemocracia moderada, que implicaría más regulación a las industrias y una sanidad más asequible, pero sin grandes revoluciones.

Con lo cual las novedades de la presidencia de Biden probablemente se muestren más visibles en la política exterior y, por encima de todo, en las relaciones con Europa. No hay que olvidar que la UE ha sido un ente despreciado por Trump, que incluso no se cortó un pelo a la hora de apoyar el Brexit, así como de no poner mala cara (más bien todo lo contrario) a los nuevos partidos de la ultraderecha continental, que son los más interesados en despedazar la Unión Europea.

Esta manera de ver y relacionarse con Europa dejará de ocurrir desde el día en que Biden active su posesión: el nuevo presidente redirigirá EEUU hacia posturas más dialogantes y multipolares, esto es, a ese viejo orden mundial que Donald Trump intentó reorientar con su actitud nacionalista y aislacionista.

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Joe Biden celebra su victoria en las elecciones de EEUU

El factor Kamala

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Si uno de los puntos débiles que se le achacaron a Biden fue su falta de punch, de carisma, en Kamala Harris estas cualidades se convierten en parte de su mayor potencial, aunque no el único. Kamala Harris fue promocionada durante la campaña por los propios demócratas como la futura “primera mujer vicepresidenta, la primera afroamericana (su padre era jamaicano) y la primera asiática (su madre era india)”. Pero es mucho más que eso. Estamos ante una figura política muy potente que muy bien podría ganar la próxima batalla de la candidatura demócrata a la presidencia y, después, quién sabe…

Y es que no son escasos los analistas que creen que una porción básica de los votos obtenidos por el nuevo presidente provienen de Harris, una abogada que comenzó su carrera en la Oficina del Fiscal de Distrito del Condado de Alameda, antes de ser reclutada para la Oficina del Fiscal de Distrito de San Francisco y luego para la Oficina del Fiscal de la Ciudad de San Francisco, primer paso a su victoria en los comicios a fiscal general de California en 2010 (fue reelegida en 2014). Tras derrotar a Loretta Sánchez en las elecciones al Senado en 2016, se convirtió en la segunda mujer afroamericana y la primera surasiática americana en formar parte del Senado de Estados Unidos. Como senadora, ha abogado por la reforma del sistema de salud, la legalización del cannabis, un camino hacia la ciudadanía para los inmigrantes indocumentados, la denominada Ley Dream o de prohibición de las armas de asalto y una reforma fiscal progresiva. Es evidente que si quiere ganar las futuras presidenciales, tendrá que moderar algunos de sus planteamientos, pero es una mujer, todos coinciden, de un fuerte, fortísimo carácter, la indicada para servir de icono de los emergentes movimientos feministas de todo el mundo.