A esas personas que dedican su vida a facilitar la del prójimo, renunciando a lujos que el destino dispuso en su camino; a quien marchó, no a gran destino de opulencia, sino al país en que todo es pobreza. Aunque parezca mentira, el mundo de los vivos y de los no vivos tiene esa gente, que ve riqueza en asistir al necesitado y ayuda al pobre en su cartilla del banco. Hoy, muchos tienen el merecido reconocimiento a su gran paso por este mundo, otros no lo tuvieron, pero dada su calidad humana tampoco lo necesitaron por ser de otra pasta su naturaleza y, gracias a ellos, muchos pueden saciar el hambre o contar con un médico que los atienda, ayudando a vivir a quien nació donde no había esperanza de vida.

Si este mundo tiene cimientos que lo van sosteniendo es por ellos, que no tienen monumento en una plaza, solo la gratitud del mundo entero por convertir una vida entera dedicada al pobre y al enfermo en un trabajo normal de obrero. A esos hombres y mujeres que no se vieron, que no se ven, pero que estuvieron y están, donde quisimos y queremos que estén, por su valor y por su valer, pero sobre todo, por su gran labor.