Bondadosa, familiar y con la belleza que da la inocencia. Así le ha quedado a Icíar Bollaín este canto a las raíces, a lo que nos une con la tierra, con los que estuvieron antes que nosotros, simbolizado en un olivo centenario que es arrancado de su hogar en contra de su propietario y todo por dinero.
No hay nada afectado en "El olivo". Su lenguaje es sencillo y cercano, tan natural como los propios actores que, capitaneados por la nieta (una vital Anna Castillo), se lanzan al rescate de la memoria y de la ilusión del abuelo.
Tampoco se esconden en vericuetos argumentales las ideas rotundas y claras que pretende, y que logra, transmitir, entre ellas la importancia de las raíces, los efectos del boom económico -no solo sobre el cuerpo, sino también sobre el alma- o que siempre es posible reaccionar, incluso cuando parece imposible.