No es inusual que el cine oriental cargue las tintas en uno u otro sentido. Al lado de producciones ultraviolentas como las de Takashi Miike, podemos encontrar historias cotidianas, pero profundas, sober el ser humano. Un ejemplo es el cine de Naomi Kawase, que suele dirigir inspirada por la conexión del individuo con la naturaleza.
Esto también está en "Una pastelería de Tokio". No obstante, a diferencia de producciones anteriores, donde la emoción era más contemplativa que estridente, en esta película Kawase adopta un tono más convencional y sentimental, tal vez sobrepasada por lo que denuncia: la discriminación a lo diferente, que culebrea bajo la superficie de una sociedad ordenada. El resultado no desmerece y debe ser tan tierno como el pastel que le da el título (el original) a la película.