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Su cara más desconocida

La catedrática viguesa reflexiona sobre las facetas menos divulgadas del poeta nicaragüense, como su amistad con Valle-Inclán o su prosa social y hasta política, para rendirle homenaje

Retrato del poeta nicaragüense Rubén Darío.

ace un siglo, el 6 de febrero de 1916, moría en León, el pueblo nicaragüense donde creció con sus tíos hasta iniciar su periplo por América y Europa, Rubén Darío. Había nacido en Metapa, hoy Ciudad Darío (envidiable respeto por la cultura de los hispanoamericanos), pero se trasladó a León todavía niño y allí regresó ya enfermo a los 49 años, quizás empujado por los horrores europeos de la Primera Guerra Mundial. En esa larga etapa intermedia fuera de su país se hizo célebre como poeta cosmopolita primero en el continente americano, después en París, donde bebió los vientos de las vanguardias europeas, por fin en España, donde deslumbró con su nueva poesía modernista que era una síntesis inigualable de indigenismo americano, vanguardia europea y tradición medieval hispánica. Fue el primero por tanto de una lista de hispanoamericanos que renovaron la literatura española con sabia joven: los chilenos Vicente Huidobro, Pablo Neruda, o Gabriela Mistral, el colombiano Gabriel García Márquez, el peruano Mario Vargas Llosa€ Todos fueron acogidos con entusiasmo por sus colegas y después por sus lectores en España. Que nuestra cultura nunca fue xenófoba, nunca menospreció la calidad, viniera de donde viniese, y mucho menos si tenía el mismo vehículo idiomático.

Entre 1888 y 1916, Rubén propagó por el mundo hispánico la buena nueva del Modernismo con un éxito de público y crítica que ningún escritor de su tiempo había conocido. Así, en 1935 muchos años después de abandonar el movimiento para seguir su propio rumbo, el probablemente mejor poeta español del siglo XX, Juan Ramón Jiménez, afirmaba: "Eso es el Modernismo: un gran movimiento de entusiasmo y de libertad hacia la belleza". Un portentoso sincretismo estético, de fraternidad entre escritores hispanos y de apertura a nuevos ámbitos desde el prerrafaelismo inglés al orientalismo o al clasicismo greco-romano.

Pero hoy no voy a evocar la maravillosa poesía de su creador, cuyos poemas como la Marcha triunfal, la Sonatina o La princesa está triste y el Cuento a Margarita son de los pocos memorizados por gran número de españoles. Hoy quiero destacar un par de facetas menos conocidas de Rubén Darío.

La primera, su amistad, basada en la mutua admiración literaria, con don Ramón del Valle-Inclán. En Luces de Bohemia de 1920, cuatros años después de la muerte de Darío, don Ramón lo resucita para rendirle homenaje; así saluda, "con magno ademán de estatua cesárea", su protagonista Max Estrella al Rubén personaje: "¡Salud, hermano, si menor en años, mayor en prez!". Valle era más joven que Darío, pero en su personaje había querido recrear al bohemio Alejandro Sawa dos años mayor que el poeta.

-RUBÉN: Max, amemos la vida, y mientras podamos, olvidemos a la Dama de Luto.

-MAX: ¿Por qué?

-RUBÉN: ¡No hablemos de Ella!

-MAX: ¡Tú la temes, y yo la cortejo! ¡Rubén, te llevaré el mensaje que te plazca darme para la otra ribera de la Estigia!

Escenas más adelante, en un alarde de anacronismo poético Valle hace coincidir a Darío, "el índico" con el ficticio marqués de Bradomín, "el céltico", en el entierro de Max Estrella, Y hablan, cómo no, de palabras, pero con la profundidad de saber ver el fondo en la superficie:

-RUBÉN: ¡Es pavorosamente significativo que al cabo de tantos años nos hayamos encontrado en un cementerio!

-EL MARQUÉS: En el Campo Santo. Bajo ese nombre adquiere una significación distinta nuestro encuentro, querido Rubén.

-RUBÉN: Es verdad. Ni cementerio ni necrópolis. Son nombres de una frialdad triste y horrible, [€] Marqués, la muerte muchas veces sería amable si no existiese el terror de lo incierto. ¡Yo hubiera sido feliz hace tres mil años en Atenas!

-EL MARQUÉS: Yo no cambio mi bautismo de cristiano por la sonrisa de un cínico griego. Yo espero ser eterno por mis pecados.

-RUBÉN: ¡Admirable!

-EL MARQUÉS: En Grecia quizá fuese la vida más serena que la vida nuestra...

-RUBÉN: ¡Solamente aquellos hombres han sabido divinizarla!

-EL MARQUÉS: Nosotros divinizamos la muerte. No es más que un instante la vida, la única verdad es la muerte... Y de las muertes, yo prefiero la muerte cristiana.

-RUBÉN: ¡Admirable filosofía de hidalgo español! ¡Admirable! ¡Marqués, no hablemos más de Ella!

Callan y caminan en silencio.

Ya no en la ficción, sino en la realidad, se cuenta que paseando Valle con Darío al borde del estanque del Retiro madrileño, el nicaragüense señaló con su bastón unas flores que crecían en el agua: "¿Qué son?". "Nenúfares, maestro" le contestó Valle. La anécdota es reveladora del amor al lenguaje y del afán renovador de Rubén en cuya poesía se encuentra con frecuencia la palabra ´nenúfar´ aunque su mentor ignorase a qué planta correspondía€ su musicalidad y su exotismo habían sido suficientes para que el término le cautivara.

En segundo lugar, quiero recordar el cambio artístico radical que supuso el concepto de modernidad finisecular que Darío encabezó en el ámbito hispano: la negación de la lengua retórica de la Restauración, de sus valores ideológicos basados en el racionalismo positivista, de sus valores morales (el materialismo y utilitarismo burgués) y estéticos (los presupuestos del Realismo), y de unas creencia tradicionales fundadas en la religiosidad heredada.

Aunque algunas equivocadas Historias de la Literatura lo describan como poeta preciosista carente de preocupaciones éticas, Rubén Darío publicó bastante prosa social, cultural y hasta política: colaboró con el periódico La Nación de Buenos Aires desde 1889; reunió interesantes artículos, producto de sus viajes y lecturas en Peregrinaciones (1901); publicó en el mismo año España contemporánea, donde se transmite una inteligente visión de la crisis del 98, desde su doble condición de colonizado y excelente conocedor de la metrópoli; dirigió en París el Mundial Magazine...

La fe en la belleza del Modernismo se convertiría en el asidero de los artistas ante una sociedad cuyos criterios utilitarios y mercantilistas no deseaban compartir. En su libro Los raros (1896), que reúne artículos dedicados a escritores en su mayoría franceses, Rubén describía así a la sociedad europea: "Las multitudes triunfantes aclaman al progreso; Edison es el nuevo Mesías; las Bolsas son los nuevos Templos [€] Tal es la queja; la queja de todos los artistas".

Con estas palabras de Darío, que si cambiamos Edison por Jobs o Zuckerberg tienen hoy plena actualidad, termina mi pequeño homenaje al maestro en su centenario.

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