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EL SÁBADOLa Ilustración (y nosotros, que la quisimos tanto)

Un ensayo del historiador Anthony Pagden rescata la cultura del Siglo de las Luces

Dibujo de Xulio Formoso.

A principios del XVIII estalla todo el malestar que se venía acumulando en las sociedades europeas desde mediados del siglo anterior. Este estado se manifiesta a través de diferentes expresiones en diversos campos, pero la que arraigó con más fuerza fue la cultura de la Ilustración. Un reciente libro del profesor Anthony Pagden, "La Ilustración. Y por qué sigue siendo importante para nosotros" (Alianza Editorial) explica los contenidos y la importancia del movimiento, así como las consecuencias que aún hoy se advierten en la comunidad internacional.

Los historiadores encuentran en el Renacimiento y en la Reforma protestante los precedentes más significativos de la Ilustración aunque esta no buscaba recuperar un pasado sagrado sino atacar esa sacralización en provecho del futuro. La Ilustración aspiraba a definir la humanidad en todos sus aspectos, como las ciencias venían haciendo con el mundo natural desde el siglo XVII. Para ello había que demostrar que la especie humana no estaba sujeta a la divinidad: la ciencia del hombre tendría que ser laica porque la civilización era consecuencia de la historia, no de la religión. Partiendo de la revolución científica y basándose en la razón, la Ilustración comenzó a elaborar un programa de reforma social, intelectual y moral para transformar la sociedad.

El siglo XVII se había caracterizado, entre otras cosas, por iniciar la liquidación de la doctrina escolástica, negando que la teología fuese la única fuente de autoridad y conocimiento. Se reivindicaban para los pueblos gobiernos que prescindieran totalmente de la religión como fuente de autoridad. Hobbes y Grocio (y más tarde Descartes y Locke) reelaboraron el derecho natural de manera diferente a como lo habían hecho los escolásticos, negando que el entendimiento estuviera integrado por ideas o sentidos innatos. Los nuevos filósofos afirmaban que todo lo que sabemos del mundo lo sabemos a través de los sentidos y de la experiencia.

La hostilidad hacia la religión cristiana partía del rechazo a admitir la condena del hombre a causa del pecado original y su redención por el sacrificio de Cristo, y por eso una de sus tareas fue la de desacreditar las historias de los dos Testamentos. Voltaire fue quien hizo una lectura más crítica de ambos.

Para la Ilustración la religión era un aliado de los poderes, que, para mantener a raya a los rebeldes, explotaron la credulidad humana imponiendo la idea de que el derecho a gobernar les llegaba del cielo. La afirmación más revolucionaria de los ilustrados estaba basada en "Pensamientos diversos sobre el cometa", una obra de 1682 de Pierre Bayle, un católico convertido al calvinismo, en la que se afirmaba que la religión y la moral eran cosas diferentes e independientes y que no se necesitaba creer en un dios para ser una buena persona. Basándose en Bayle, Hume afirmaba que las leyes morales son producto de sociedades humanas y no imposiciones de un dios. Hume fue quien más se esforzó en aplicar la racionalidad humana contra la religión, negando los milagros, las resurrecciones y las profecías. Afirmaba que lo único que han hecho las religiones por los seres humanos fue atontarlos, corromperlos y complicarles la vida: no es el hombre quien está creado a imagen y semejanza de dios sino los dioses los que han sido creados por el hombre, afirmaba. Las ideas de Hume, junto con las de Diderot y D'Alambert, de Voltaire, de La Mettrie, de Helvetius, de Holbach y de Condorcet, desacreditaron la pretensión de que las creencias religiosas aportaran alguna fuente de conocimiento. Lucien Offray añadía que no habían sido los ateos quienes habían cometido las mayores atrocidades contra sus semejantes, sino los creyentes, como habían demostrado de sobra las guerras de religión. Los pensadores ingleses, Bacon, Locke, Hobbes y Newton, fueron aún más radicales.

La lustración fue un proyecto transnacional y transcultural. Para alcanzar su objetivo buscaba alcanzar el cosmopolitismo, el reconocimiento de las necesidades de la humanidad, basándose en que no se pueden establecer distinciones entre los pueblos en función de la raza. El destino final de la humanidad tenía que ser la creación de una civilización universal y cosmopolita. Para Shaftesbury, más allá de la patria estaba la humanidad. El cosmopolitismo fue el principio más importante de la Ilustración, del que derivan muchos de sus postulados. Kant, que acuñó el término "patriotismo mundial", afirmaba que la tendencia a reunirse en sociedad era una constante en la historia de la humanidad y que la asociación internacional entre los pueblos sería lo único que podía terminar con las guerras. Esa unión vendría a través del comercio, en el que Emerich de Vattel veía el estadio final del proceso.

Muchos historiadores atribuyen a la Ilustración y a sus figuras más radicales la génesis de la Revolución francesa de 1789, incluidos Robespierre y el Terror, y las guerras napoleónicas. Los liberales de la época (Tocqueville, Benjamin Constant, Stuart Mill) vieron en la Revolución un mal necesario que había abierto el camino al orden liberal democrático que sustituyó al antiguo régimen en toda Europa y, como consecuencia, al régimen político en el que vivimos actualmente, un régimen que por lo tanto sería también hijo de la Ilustración.

En la actualidad el cosmopolitismo es el fundamento teórico de conceptos como la justicia internacional, el gobierno mundial, la sociedad civil global o el patriotismo constitucional. Y también el principio animador de instituciones como la Sociedad de Naciones y las Naciones Unidas, así como de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Y de una Unión Europea que cumple muchas de las condiciones que Kant atribuía a su "Liga de naciones".

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