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Carlos Rodríguez, fotopoesía de los paisajes industriales

Entré en aquella sala C del Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada tras dejar atrás otras contiguas en las que exponían los fotógrafos Canogart y Okuda. Nada menos. Creo que fue en junio de 2017 e iba allí a tiro fijo desde Salamanca con la intención de conocer la última obra del vigués Carlos Rodríguez, avisado ya de que no era más que un anticipo, un aperitivo de lo que iba a presentar este 2018 en la poderosa Fundación Valentín de Madariaga de Sevilla. ¿Un aperitivo? Quizás pero solo con ese introito me quedé absortado, estupefacto ante la inesperada magnitud fotográfica que este vigués ponía a mi alcance en esa primera mirada en que recogemos la epidermis de las cosas, el envoltorio de la propuesta. Me asombró el tamaño mastodóntico de sus fotografías de 2x1,50 y esa impresión del papel que les daba una definición espectacular pero sobre todo, antes siquiera de fijar mis ojos, una magia que parecía venir del medido juego, nada accidental, entre luces y sombras. No dije que estábamos en su exposición "Silence and conclusions", cuyo título en inglés me imagino que procedía de su presentación anterior en Rusia, un comprensible recurso de internacionalización linguística aunque podríamos también darle un sentido significativo: cómo la fotografía podía hallar un silencio poético en un espacio de ruido como una obra en construcción, destrucción o reconstrucción porque esa es la sustancia de su propuesta. En medio del tajo.

Pocos meses después de visitar esta muestra del gallego Carlos Rodríguez en el Centro de Arte Tomás y Valiente , conocería en Salamanca -donde continúa expuesta- la obra más completa de otro gallego, ya consagrado por la historia y exiliado por la guerra civil: José Suárez. Pero nada tiene que ver ni en el tiempo ni en los recursos técnicos ni en la temática la obra de Suárez, plena de humanidad, de sociología, de paisaje natural... con los diez grandes cuadros fotográficos que vi en la muestra madrileña de Rodríguez (que se multiplicará en Sevilla dentro de unos meses), ya que esa decena de imágenes retratan ambientes, espacios, a veces personas del proceso de la construcción. Sin embargo, su mirada, su paranoica obsesión por el detalle y la calidad del tratamiento técnico de la obra, convierte ese mundo aparentemente frío o caótico en estética, en paisajes poéticos, me atrevería a decir que en bellos "bodegones" de sustancia industrial. Igual que cuando hace muchos años era capaz de recorrer cien kilómetros varias veces para lograr ese instante preciso, ese momento exactamente precioso de la salida del sol en Estaca de Bares para ese premiado libro suyo sobre la Galicia paisajística que le costó varios años, nuestro hombre pasó días y días en la obra de la Fundación Telefónica de Madrid o en las dos torres del BBVA Bancomer en México mientras las construían, a veces horas colgado con un arnés de una cable de una grúa para captar a un obrero al extremo de una viga sobre el vacío o para convencer a 11 soldadores chicanos de que recrearan sobre otra de la torre Bancomer la famosa foto de 1934 en New York con obreros tomando el bocadillo en Rockefeller Center sobre el abismo urbano de aquella ciudad. Hablo de humanos pero no es esa la habitualidad fotográfica de este vigués, cuyas atmósferas inquietantes y misteriosas, como escribía desde Madrid el crítico gallego de arte Francisco R. Pastoriza, consigue en espacios vacíos donde no hay apenas presencia del ser humano "pero sí en todas ellas la huella del hombre en escenarios en los que el tiempo está detenido y su ausencia se hace más evidente".

Y o no soy ningún crítico de arte ni falta que me hace, sino algo más importante: un espectador cuya mirada, inocente por falta de referencias culturales en este mundo de la imagen, se queda como boquiabierta ante ese hiperrealismo que los que saben también mezclan con la abstracción en la obra del vigués, más reconocido afuera que aquí mismo. Composición, luz, altísima definición... ¿Cómo es posible hacer del esqueleto de una escalera en construcción una obra de arte o de una máquina protegida del polvo por una tela una evocación pianística? Yo lo empecé a admirar con su cámara mucho antes de que se hiciera amigo, cuando tras muchos años de trabajo sacó a la luz aquel inmenso libro "Galicia, instante eterno", que me sobresaltó emocionalmente porque me permitió captar una belleza de mi tierra de cuyo alcance yo mismo no era consciente. Luego su existencia se introdujo en el paisaje de mi vida y fui testigo accidental de la diversidad de sus trabajos, fuera en el ámbito turístico para grandes instituciones, en el industrial para empresas... traspasando de modo habitual las fronteras del Telón de Grelos para atender demandas de la geografía española. Ahora es ese tipo siempre bienhumorado que en 2015 expuso 48 obras en Rusia, en 2016 en Arco, en 2017 en la madrileña Fundación Tomás y Valiente y que en 2018 llevará 15 piezas, paisajes contemporáneos industriales, al prestigoso museo de la sevillana Fundación Valentín de Madariaga. Y en Galicia ¿no sabemos nada de esto que tanto resaltan afuera?

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