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BLUES DE LA FRONTERA

La muerte presentida de Man de Camelle

La muerte presentida de Man de Camelle

A no más de treinta kilómetros de Muxía, sorteando las curvas de una carretera indigente por estrecha, llegamos a Camelle en busca del Alemán. Teníamos dado por cierto que, tras la primera oleada de chapapote que arruinara su museo marino, Man, víctima de una depresión profunda, había tenido que ser ingresado en un hospital; pero los vecinos nos comentaron que ya estaba de regreso, y que de nuevo se podía otear su figura de Robinson Crusoe paseando descalzo, echando un vistazo sobre las rocas negras de fuel que circundaban su territorio.

Man había optado por encerrarse a cal y canto en su chabola para ponerse a salvo no solo de la lluvia y el temporal, sino también de la intemperie que acecha lo rincones más débiles del alma, y ya no te pedía un euro por permitirte dar un paseo por sus piedras, aunque no consentía que tomaras notas mientras hablaba. Al escuchar aquel día el relato de su sueño, sus frases sonaba inconexas, costaba trabajo encontrarles sentido: "El alquitrán, el alquitrán...En mi sueño el alquitrán entra en mi casa y entra en mí, se me pega en los huesos -contaba-, lo siento por todo el cuerpo. Yo sentí venir el alquitrán hacia mí, por eso yo enfermo. Entonces, una mañana, me desperté y el alquitrán ya estaba aquí. Y entonces yo muy triste, yo muy malo". Y, profetizaba: "Seguirá llegando alquitrán, más alquitrán, hasta que no quede más alquitrán en el mar, y cuando ya no llegue el alquitrán, vendrá una ballena negra, muerta. Yo la enterraré, con mis manos, la enterraré aquí y después todo habrá acabado para mí. Diré adiós, adiós, adiós....".

El Man que visitamos el miércoles 4 de diciembre de 2002 era un hombre abatido, incapaz de dibujar la más leve de las sonrisas. Tratamos de animarle, le contamos que, en otras playas, la gente estaba consiguiendo limpiar las rocas y las playas, y que "a lo mejor dentro de unas semanas," el chapapote sólo sería un recuerdo, un mal recuerdo, únicamente presente en las fotografías y en los archivos de las hemerotecas de los diarios.

El Día de los Santos Inocentes de aquel mismo año, los periódicos anunciaron el fallecimiento de Manfred Gnädinger, nacido Radolfzell am Bodensee el 27 de enero de 1936), un "pintor, filósofo y escultor alemán que vivió como un anacoreta en la parroquia de Camelle".

No me costó mucho recordar que, después de despedirnos de él, al voltear la cabeza ("¡adiós, adiós, adiós!") lo descubrimos agitando su mano, ténuemente, al Este y al Oeste mientras, casi sin haberlo percibido, la puerta de su casa ya se había cerrado y la voz del viento soplaba que nos íbamos de allí con la certeza de que, en el interior, un hombre aguardaba la llegada de una enorme ballena negra, la llegada de la muerte, su propia muerte.

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