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SÁLVESE QUIEN PUEDA

Relatos del tren, ucronías y políticos cleptómanos

Miradas desde un tren, lecturas sobre las vías. // FDV

Mi ventana es un paisaje en movimiento, un regalo de la naturaleza que se escancia en imágenes ante mis ojos, una gracia de Dios, que diría muy bien dicho mi abuela, a mi mirada, aunque podría ser más prosaico y reconocer que es la Renfe quien obra tal milagro. Cada vez que viajo en tren desde las orillas del mar de Vigo a las estepas castellanas y se suceden estas vistas extasiantes -la ría en sus estertores redondelanos, el río Miño y sus meandros fronterizos, las lagunas o embalses que avisan de Castilla, los montes que perfilan dibujos sinuosos en el aire con sus caminos serpenteantes, los apagones inesperados en los túneles- mi adicción estilográfica me ordena verter al papel mis sensaciones, describir esa belleza de la naturaleza en mudanza.

Tarea imposible para mí hallar las palabras que narren con justicia visiones tan cambiantes. Dejo atrás A Gudiña, llego a Puebla de Sanabria, pasando de la tejas rojas al negro de la pizarra. Ahora lo intento y otra vez me frustro dada la altitud de la tarea. No es solo crear una arquitectura verbal de los estados de la naturaleza, de sus colores, formas o identidades vegetales, sino explicar los diferentes hábitats que se suceden: la aglomeración humana de Ourense y Vigo, las pequeñas granjas, los pueblos semidesérticos o abandonados, el castillo que se yergue solitario, las iglesias que presiden un pequeño caserío, los cementerios que avivan las memoria de las almas, los campesinos en faena que salpican las tierras, doblados sobre sus labradíos? Y, claro, las estaciones que jalonan los pasos del tren, con toda esa carga emocional de los lugares de vuelta o despedida, de alegría, llanto o esperanza.

El viaje en tren es también propicio a la quietud de la lectura. Cerca, una mujer lee a Dolores Redondo sumergida en historias del Valle del Baztán mientras el marido duerme abocajarrado, a pierna suelta. Yo acabo de cerrar un libro de relatos ucrónicos. ¿Ucronía? Sí, hombre, una narración en la que se cambia el resultado de un acontecimento histórico para soñar o imaginar qué hubiera pasado de haber acabado las cosas de otra manera. Por ejemplo ¿qué hubiera pasado si Franco no se suma al Alzamiento? ¿qué si las supuestas hordas rojas defensoras de la República hubieran derrotado al supuesto fascismo de los rebeldes nacionales? Por cierto, cuánta mentira nos metieron en la enseñanza a favor de Franco, callados a la fuerza los perdedores, y cuánto mito sobre la República quieren meternos, ahora que callan los ganadores y los historiadores de la victoria han sido sustituidos por los de la derrota. Aquellos libros escolares de la España imperial con que labraron nuestras conciencias tienen ahora su equivalencia en esos de la Generalitat catalana en que España aparece como una potencia opresora y Cataluña un estado europeo. Puro Catadisney.

El primero de los relatos del libro que leo en el tren sitúa en Barcelona la capital de una nueva España surgida tras la guerra, en la que los catalanes defienden el concepto de un Estado y una nación española con el idioma catalán como enseña, y los castellanos aparecen perdidos en trifulcas sobre la independencia de Castilla y reivindicaciones sobre su lengua discriminada. Podría haber sido así si las cosas hubieran ocurrido de otra manera. Ya nadie se cree que España se encuentra en su situación actual porque fuerzas históricas invisibles e inexorables lo hayan dictaminado, sino que el curso de la historia lo definen infinidad de hechos contigentes, como unos políticos víctimas de cleptomanía territorial empeñados en ganar poder a costa de los sentimientos locales de pertenencia. Hace unos días ojeé un libro de Manuel Arias Maldonado, La democracia sentimental, en el que aborda la creciente importancia de las emociones en política y cómo amenazan la estructura de contrapoderes que define nuestro sistema político y preserva nuestras libertades.

Sigue el tren su marcha, fluyendo mis pensamiento a través de la ventana. Pienso en ucronías al calor de mi libro. ¿Qué habría pasado en mi vida si hubiera cogido aquel trabajo? ¿Qué si los árabes hubieran llegado antes a América o si la misión de Rudolph Hess a Inglaterra hubiera sido un éxito? ¿Qué si España cediera su soberanía a Cataluña por un referendum? Pues que cederíamos el curso de la historia a una contingencia, a una encuesta populista.

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