Es una de las frutas tropicales más sabrosas, con un paladar tan agradable como su aroma, dulce y con interesantes propiedades nutricionales. La mejor época para disfrutar de todo el sabor de la chirimoya se produce llegado el otoño, entre los meses de octubre y diciembre, aunque a veces también de septiembre a enero.
El fruto del chirimoyo tiene forma de corazón, con un tamaño similar al del pomelo, y se encuentra recubierto de una piel de color verde, en la que se dibujan unas escamas que recuerdan a las de un reptil. El interior, de color blanco, tiene una textura carnosa, blanda y de sabor dulce, a veces descrito como una mezcla entre la piña, el mango y la fresa, alberga gran cantidad de semillas negras que se desprenden con facilidad.
El origen de la chirimoya se remonta a los Andes peruanos y las montañas de Ecuador, donde crece espontáneamente, aunque algunos historiadores incluyen también las zonas andinas de Chile y Colombia. Los españoles, cuando la descubrieron en América, la denominaron "manjar blanco". Después la introdujeron en Europa, y probablemente también en África y Asia.
Es fuente de minerales como calcio y potasio, además de ser rica en fibra y vitaminas, especialmente niacina y vitamina C. Es una fruta dulce, sabrosa y jugosa, que resulta idónea para su consumo en fresco. Para ello se corta la pieza por la parte superior o la mitad y se come la pulpa con una cucharilla, evitando las semillas. Con la chirimoya también se elaboran mermeladas, batidos y helados.
Para conservarla, conviene comprarla un poco verde y dejarla madurar a temperatura ambiente. Estará madura si el color de la cáscara pasa de verde oscuro a verde claro o verde-amarillento. Otros indicadores son la aparición de un color cremoso entre segmentos de la cáscara y una mayor suavidad de la superficie. Las chirimoyas no se conservan durante mucho tiempo y requieren una manipulación muy cuidadosa, ya que su piel es sensible al tacto y oscurece fácilmente.
