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SÁLVESE QUIEN PUEDA

Sobre el amor podológico, toxicidad y afanes identitarios

El amor puede tener incluso un origen podológico. // FDV

No es que esté angustiado, no, al menos no más de lo necesario, pero iba camino de la charla sobre la angustia que organizaba una asociación de piscoanalistas de la facción lacaniana cuando me encontré a un amigo de siempre que me convenció de que cejara en tal empeño y me fuera a tomar con él una copa. Siempre me ha gustado priorizar, tener presente una mínima escala de valores que me sirva de guía a la hora de mis decisiones, así que hube de renunciar al onanismo pisicoanalítico por el más noble ejercicio del alterne. No me arrepentí porque mi amigo es un ser peculiar y, ya acoderados los dos ante una barra, me fascinó con el relato de los últimos acontecimientos que le habían cambiado la vida.

Uno era el amor porque se había enamorado ya cuando las canas poblaban su frontispicio corporal, aunque matizaba que el suyo había sido un enamoramiento de origen inusual, de signo podológico. Me desconcertó tal palabra y debo reconocer que tuve que dar un sorbo al gintonic para muscular mi pensamiento y entenderlo. Yo, que frisaba como él la madurez, había conocido muchas clases de amor que ahora no vienen al caso pero nunca había tenido uno de etiología podológica. Pronto me explicó que a la mujer que le tenía deslumbrado la había conocido realmente bajo la mesa de un bar, cuando por azar se sentó en la suya con unos amigos comunes en verano y, aprovechando la desnudez de sus pies, se había sentido impulsado irremisiblemente a darle un breve masaje clandestino con los suyos. "Durante unos segundos -me contaba- sentí pánico por si reaccionaba en público contra mí o me acusaba de un nuevo modo de violencia de género.

-¿Y qué ocurrió? -le dije yo expectante.

-Pues nada, que la cosa siguió y siguió y estamos muy enamorados, aunque hayamos empezado por los pies. El amor, igual que la experiencia de Dios, es imprevisible.

Otra novedad tenía que contarme mi amigo, además de la podológica, lo que nos obligó a un segundo gintonic. Había dejado el trabajo en una multinacional del automóvil con base en Galicia y, aprovechando su destreza con el dibujo a bolígrafo Bic, se había independizado de todo amo o patrón. Se había cansado de trabajar cada vez más tiempo por menos dinero y de que le mermaran cada vez más derechos. Desde que las empresas, me dijo, habían decidido para competir bajar costes rapiñando a los currantes, o sea a base de aumentos de la carga de trabajo y de devaluaciones salariales bajo amenaza de cierre o deslocalización hacia otros países sin apenas legislación laboral, la conservación del trabajo se había convertido en una competición permanente, una precarización insoportable, un reparto de ansiedades y agotamientos, una epidemia de estrés hasta el punto de que la gente sufría bajas en su propio puesto de trabajo, igual que los soldados caen en las trincheras en un ataque enemigo. Mi amigo me contó que se había emancipado de este mundo laboral tóxico en el que los trabajadores viven en la incertidumbre, en el mundo "low cost" y sin poder hacer planes ni para formar una familia. "Ahora que me he enamorado aunque sea por los pies -me dijo- me lanzo yo solo como francotirador al mercado. Que se metan donde les quepan las devaluaciones salariales. Mi arma será el bolígrafo Bic y los retratos" .

Enamorado y emancipado del yugo laboral, mi amigo no cabe en sí de contento. Es un tipo peculiar que se declara monárquico y antinacionalista, para ir en contra del pensamiento zombi. "A veces pienso -me decía a la altura del tercer gintonic- que la gente, si no tiene problemas, los busca. Mira a estos de ahí al lado, junto a Perpignan, el pueblo más culto de España, haciendo el ridículo ante el mundo con sus masas vociferantes banderas al viento, jaleando proclamas decimonónicas, insolidarias, frentistas, apestosamente antiguas y resucitadoras de viejos demonios". ¿Y el afán ese por la República? -me decía exaltado por el grolo ginebrino último que se había echado al gaznate-. El debate entre monarquía y república tuvo históricamente mucho sentido pero ahora está desfasado y sostenido solo por sentimentales pasados de rosca. Hoy los regímenes formalmente son instrumentos. Las monarquías escandinavas han sido mucho más democráticas que muchas repúblicas. La monarquía, en cierto modo, puede ser en momentos de extrema tensión social como los que vivimos un elemento de moderación y puente de diálogo. Pienso que Felipe VI ha relegitimado la institución y menos mal que tenemos su figura intermediaria ahora que se plantea esa Cataluña desmadejada. ¿Te imaginas a un presidente republicano del PP o de Podemos ahora? Pero ¿para qué te cuento yo todo esto? Serán los gintonics. Yo lo único que quería celebrar es que estoy podológicamente enamorado y laboralmente emancipado".

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