El sobreseimiento provisional del caso de Ana María F. B., la viguesa desaparecida hace casi un año en una cuneta de la autovía Rías Baixas A-52 cuando regresaba en coche con su marido y su hijo de diez años a su domicilio familiar de Barbate (Cádiz), tras haber pasado unos días con su familia en la ciudad olívica, ha pasado a engrosar la crónica negra gallega de casos misteriosos sin resolver. Su marido fue imputado, pero ante ausencia de cadáver no hay delito.

María Elena Calzadilla, la azafata viguesa asesinada hace tres años, es otro ejemplo de crímenes que pueden quedar impunes. Su cuerpo apareció brutalmente golpeado en su casa de verano de Porto do Son (A Coruña), a donde había ido a buscar ropa para pasar unos días en Canarias con su marido. Éste y un compañero de trabajo figuran como imputados en el crimen, pero han negado su vinculación con el asesinato y si no se consolidan las evidencias podría decretarse su archivo.

Son dos casos que corren el riesgo de quedar impunes y engrosar la lista de asesinatos en busca de autor. En la última década, Galicia acumula una veintena de crímenes cometidos por persona o personas desconocidas. El último crimen ocurrido en Vigo tuvo lugar el pasado mes de diciembre. El joven Ramón Ortega apareció muerto en la calle con un golpe en la cabeza. La investigación está pendiente de unas pruebas remitidas a Madrid para esclarecer lo ocurrido. De momento no hay detenidos.

Nunca es tarde para atrapar a un asesino. Policía y Guardia Civil no dan un caso por perdido, aunque el tema se archive provisionalmente en los juzgados por falta de pruebas. Casi siempre el criminal está en el entorno de la víctima

Algunos de estos casos han pasado a manos de los equipos especializados de Homicidios de la Policía Nacional que, pese a que el tiempo transcurrido juega en su contra, busca rastros cada vez más difíciles de localizar.

Este es el caso de la joven viguesa Déborah Fernández Cervera, de 22 años. Salió a correr con su prima el 30 de abril de 2002 por Samil y nadie volvió a verla. Diez días después su cadáver desnudo apareció en una cuneta de O Rosal, sin signos aparentes de violencia. La autopsia apunta que mantuvo relaciones sexuales. Si no la mataron y falleció de forma natural, alguien la desnudó y trasladó su cadáver.

En abril de 2004 el empresario Manuel Salgado Fernández, de 56 años, fallecía de dos disparos en un garaje de la calle Rosalía de Castro de Vigo. Tenía una separación tormentosa con su mujer y varios pleitos judiciales que, al parecer, le daban a él la mayoría de los bienes. Su ex mujer -que contrató detectives para seguirle-, y el novio de ésta fueron detenidos al sospecharse que pudieron encargar el crimen, pero el juzgado los dejó en libertad por falta de pruebas.

El campeón de remo portugués José Manuel Martínez, de 30 años, fue asesinado el día de San Valentín. La madrugada del 14 de febrero de 2004 conducía un coche, en el que viajaba con varios amigos, por la autopista de Tui a Porriño. Un disparo acabó con su vida. Una discusión de tráfico o una pelea previa en Caminha pudo ser el móvil.

El empresario de A Guarda Manuel Pérez Portela, de 68 años, apareció muerto de un disparo en un vertedero de O Rosal el 11 de enero de 2003. Su asesino nunca fue detenido. Tres días antes las víctimas eran Conceiçao dos Santos, de 50 años, y Jorge Sarabia Rodrigues, de 42. La pareja lusa regentaba el bar “Viejo Molino” en Vigo y murió ejecutada con tiros en la nuca. Todo apunta a un ajuste de cuentas relacionado con una red de venta de heroína. También en una carretera próxima a O Rosal, fue asesinado de un disparo en la cabeza el turco, afincado en Madrid, Seref Simsek, de 41 años. No se descarta su relación con el narcotráfico, pero nunca se llegó a su ejecutor.

El 5 de noviembre de 2002 una bomba trampa, oculta en una bolsa de basura colgada de la verja de la casa del director de calidad de Pescanova, mataba a Vicente Lemos Haya, de 51 años, y a su mujer, Rosa Gil, cuando salían de su domicilio en Redondela. Otro artefacto similar hería en una vivienda de Cabral a Luis Ferreira y a su hijo de 12 años. Cuatro personas fueron detenidas, pero también quedaron en libertad por falta de pruebas.

Poco se sabe de las circunstancias que rodearon el asesinato de Montserrat Rodríguez, que desapareció en la localidad ourensana de Viana do Bolo en la Semana Santa de 2001. Diez días después su cadáver aparecía con señales de violencia. Otro misterio es lo ocurrido con María de los Ángeles Seoane, de 24 años, asesinada en verano de 2002 en Cambre (A Coruña)

Uno de los más trágicos asesinatos es el triple crimen de Burgos. La ourensana Julia dos Santos, su marido Salvador Barrio y el hijo pequeño de ambos, Álvaro, morían de forma brutal en su domicilio burgalés en junio de 2004. El otro hijo de la pareja, un menor de 16 años, se libraba de la masacre porque estaba en el colegio. Tres años después, en 2007, era detenido como posible autor de la muerte de su familia. Las pruebas no fueron concluyentes y quedó en libertad.

Á estos terribles asesinatos, se suman una decena de desapariciones que esconderían también muertes violentas. Este es el caso del constructor ourensano Guillermo Collarte, de 72 años, desaparecido el 5 de octubre de 1999 en la localidad portuguesa de Valença do Minho y el de Fernando Caldas, un arousano que pidió ayuda desde su móvil diciendo que lo habían secuestrado. Cuatro personas vinculadas a organizaciones de narcos fueron detenidas, pero tampoco hubo pruebas concluyentes y quedaron libres. La santiaguesa María José Arcos y Rogelio Núñez, jardinero de Bergondo, son otras dos ausencias, pues todo apunta a que fueron asesinados.

La brigada especial de Homicidios investiga la desaparición de la pareja viguesa de Cabral formada por Francisco Fernández Golpe y María Victoria Méndez. Su coche apareció calcinado y con impactos de balas en el monte de A Risca. En su casa habían dejado varios millones de pesetas en metálico.

Los niños no son víctimas habituales de crímenes sin resolver y los últimos casos en Galicia tuvieron lugar a principios de los años 90. Un asesinato y dos desapariciones misteriosas, que terminaron con el hallazgo de los cadáveres en el monte, tejen la crónica negra infantil.

Tres ataúdes blancos guardan la trágica historia de José Antonio Paulos, un niño vilagarciano de 12 años brutalmente asesinado cerca de su casa de Rubiáns en 1991; Manuel Brión, un chiquillo de 14 años de Boiro que desapareció en la sierra de Barbanza en noviembre de 2004 y Eva Lavandeira, una niña autista de 5 años de Vimianzo.

José Antonio Paulos salió a buscar las hierbas de San Juan para celebrar el solsticio de verano con su familia y ya no regresó. Horas después su cadáver aparecía brutalmente golpeado, estrangulado y con signos de agresión de sexual a pocos metros de su casa. Su padre, detenido y juzgado por el crimen, fue absuelto. Su asesino sigue en libertad.

En noviembre de 1994 Manuel Brión, de 12 años, salió a pescar con su hermano y un amigo. A media tarde decidió regresar a casa para merendar. Nunca llegó. Los rastreos no tuvieron éxito, pero dos años después un pastor encontraba los restos del niño en un lugar de difícil acceso. Tal vez murió de frío. Algo similar ocurrió con la pequeña Eva Lavandeira en noviembre de 1995 cuando se escapó de la furgoneta de su padre. Su cuerpo fue hallado diez días después junto a un torrente a 5 kilómetros del lugar donde desapareció.