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Cuando la comida es un monstruo

- Comer puede convertirse en una adicción y comprometer la vida de quienes la sufren - En Vigo, comedores compulsivos se prestan ayuda mutua siguiendo los "Doce pasos"

Cuando la comida es un monstruo

Sin comida no se puede vivir, pero esta puede convertirse también en un enemigo despiadado y mortal. Esto lo saben bien los miembros de Comedores Compulsivos Anónimos (CCA) de Vigo "Serenidad". "He visto morir a compañeras que se rindieron a la comida. Y yo no quiero morir; quiero vivir", afirma Loli, una de las cofundadoras de este grupo, que sigue los "Doce pasos", programa desarrollado por primera vez en los años treinta por un grupo de alcohólicos para ayudarse a mantener la abstinencia.

Esta pontevedresa de 46 años lleva toda la vida luchando contra su adicción a la comida, una lucha que tendrá que librar todos los días de su vida. "La adicción no se supera. Se aprende a vivir con ella. Yo comparo mi adicción con un monstruo que me envenena el alma", afirma. Los "Doce pasos", asegura, consigue mantener a raya al "monstruo". "Cuando estoy trabajando el programa y vivo en recuperación el monstruo se hace más y más pequeño, y pierde su poder. Dejo de escucharlo y puedo vivir", explica.

Pero ese monstruo siempre se mantiene al acecho, por lo que las recaídas son una posibilidad con la que también tienen que aprender a vivir. De hecho, en estos momentos, Loli está saliendo de una de ellas. "Hace ocho meses sufrí un infarto y una depresión tremenda que me sumió m en la desesperación más profunda. Y la enfermedad de la compulsión por la comida ganó terreno y recaí. Me estaba matando doblemente porque mi forma de comer enfermaba más mi corazón. Sentí, como compartió una compañera hace unos días, que estaba cavando mi propia tumba con un tenedor", relata.

La ansiedad, el estrés y la depresión son algunos de los factores que pueden desencadenar el trastorno del atracón, que afecta mayoritariamente a mujeres. Pero la diferencia es que ahora sabe que hay salida y que no está sola. Tampoco se siente culpable porque ahora sabe que su relación anormal con la comida no se debe a un vicio, sino a una enfermedad. "Lo más importante que me enseñó este programa fue que tengo una enfermedad y que no tengo que sentirme culpable por ello; que no elegí tenerla. Pero sí que soy responsable de lo que haga en mi recuperación", asevera.

Loli tiene asociada a su adicción obesidad mórbida. Pesa 136 kilos. "No sé cuánto he llegado a pesar. En los 150 kilos, que es lo que pesan las básculas tradicionales, dejé de pesarme, pero tuve aún que comprarme ropa más grande. Lo que sí es seguro es que desde que estoy en el programa, y aunque haya recaído, nunca he superado ese peso", explica.

La soledad es un sentimiento común entre los comedores compulsivos. "Cuando descubrí el grupo me di cuenta de que no era la única persona con este problema. Dejé de sentirme un bicho raro", afirma Laura, nombre figurado de otra miembro de grupo de CCA de Vigo. Como Loli, su relación anómala con la comida se remonta a la infancia. "Soy comedora compulsiva desde que nací", reconoce. Sin embargo, no descubrió su adicción hasta los diecisiete años. "Lo primero para intentar superar una adicción es reconocer que tienes un problema, y yo no lo veía", afirma.

Laura pertenece al grupo de Vigo desde hace doce años. "Siempre supe que mi forma de comer no era normal. Sabía que comía mucho, y sobre todo, que cenaba demasiado. Y entre épocas de atracones, tenía episodios de dietas extremas y de bulimia, pero no lo identificaba con una adicción", explica.

Su obsesión por la comida llegó a tal extremo que no era capaz de afrontar el día sin haberse pegado un pequeño atracón ya en el desayuno o de salir de cena sin haber comido antes en casa. "Tenía la comida siempre en la cabeza. Era una lucha diaria, sobre todo por la tarde, que era cuando estaba en casa estudiando. Era una lucha constante para no ir a la nevera a por un trocito de lo que fuera", reconoce.

La adicción a la comida le hizo ganar peso -ahora pesa unos 76 kilos, dice-, lo que a su vez le desencadenó una depresión. Ahora, Laura vive el momento presente para mantenerse en abstinencia. "Este verano recaí por querer ser una persona 'normal'. Me relajé", reconoce.

Para las personas que padecen este trastorno, la comida es un refugio ante emociones complicadas de gestionar. "Yo me enfado, me pongo triste, estoy contenta y como. Yo puedo comer por cualquier cosa. Ante cualquier situación que no sé muy bien cómo manejar, mi tendencia es ir a comer como quien fuma o se bebe una copa", reconoce. También determinados alimentos pueden complicar la abstinencia. En el caso de Loli es el chocolate. En el de Laura, el pan de molde.

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