Es una historia de prados de manzanilla, aunque el libro no huela a ellos; del relinchar alegre de caballos salvajes y libres de verdad; de la luz de un faro que continúa dando señales (aunque sin alma humana) entre el salitre gallego de un mar universal. Es el relato en primera persona y verídico del único habitante empadronado en Sálvora -la isla arousana del Parque Nacional das Illas Atlánticas- y que, este verano, realizó su último turno: el farero Julio Vilches. La editorial Hoja de Lata ha publicado Sálvora. Diario de un farero, donde narra décadas de su historia en la ínsula pontevedresa. El próximo miércoles, lo presentará en Barcelona.

Ayer, con su caravana en algún punto junto al Delta del Ebro, Vilches (Valencia, 1953) confesaba a FARO que "no tenía intención de publicarlo. Lo escribí para dárselo a mis hijas y mis hermanos".

La obra rememora su vida y la de la isla desde los años 80 hasta prácticamente ahora. Nada más abrirlo, las páginas recuerdan al especial olor de las algas, aunque quizás esta apreciación sea más una ensoñación que una realidad. Lo que sí es objetivo es que se trata de una narración "lineal" en forma de bitácora. "En el faro, teníamos libros de servicio donde escribíamos. En principio, servían para anotar incidencias del servicio como averías o contratiempos. Lo fuimos ampliando y escribíamos lo que queríamos. Éramos tres los que nos ocupábamos alternativamente del faro y esos libros nos servían para comunicarnos entre los tres", recuerda.

En su caso, se repartían el trabajo del año entre los tres, a su antojo y acuerdo. En el periodo en el que uno enfermó, la tarea pasó a dividirse entre dos. El que residió más tiempo en el faro, incluso con su familia fue Julio Vilches. Sus dos hijas se criaron allí hasta los diez y cinco años de edad. Allí, aprendieron a leer, escribir y descifrar la vida.

Vilches, que se ha pasado 37 años de su vida en la isla, cree que el libro "puede romper el mito de la soledad del farero". Allí, recibía visitas de su familia -incluida su sobrina Gloria Vilches, que ha firmado un prólogo redondo y sentido, además de tamizar el contenido, en el que recuerda su primera visita a Sálvora a los seis años de edad-, de marineros, mariscadoras, incluso furtivos, autoridades, amigos...

"El primer destino que solicité tras las prácticas fueron unas islas de Galicia que tenía curiosidad de conocer. Antes solo te comprometías por dos años y lo máximo era estar indefinido y yo me quedé para toda la vida en la isla. Era un territorio muy virgen, muy natural. Lo he dejado porque me jubilo. Han decidido automatizar los faros y han perdido calidad y garantía. Obedece a una política global que consiste en sustituir con máquinas a los humanos en puestos de trabajo. No solo pasa con los faros", subraya.

En el libro no solo hay cabida para pensamientos, impresiones y la cara bonita de la naturaleza y las personas; también hay espacio para las tragedias de otros y las propias. Para Vilches, la de farero es una profesión "muy bonita. Es como un sueño, como vivir en una acuarela en medio de un cuadro, como soñar despierto. El faro era la razón de mi existencia y la responsabilidad muy grande. Un descuido podría provocar un accidente naval. Voy a echar de menos el faro siempre", concluye.