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Manos gallegas tras la marea del éxodo de Siria

Tres enfermeras jubiladas colaboran durante la tragedia de los refugiados en las playas y los campamentos de la isla de Lesbos

Oxi, Moria y para Atenas | De la carpa de Oxi, a Moria, donde los inmigrantes son registrados por la Policía, el éxodo continúa al puerto de Mitilene y luego, en ferry rumbo a Atenas. Desde allí, ACNUR les indica la ruta hacia Austria o Alemania con los precios de cada país que cruzarán.

"Me vuelvo con más de lo que fui", asegura la enfermera viguesa Ana, aunque paradójicamente -al igual que sus otras dos compañeras gallegas- ha dejado en Lesbos parte de la ropa de su maleta, su calzado... y muchos sentimientos. Han visto llegar a las costas de noche en una lancha neumática a mujeres embarazadas a punto de dar a luz, a niños y alguna persona enferma. Pero también, a muchos jóvenes de ojos claros y mirada de esperanza. "Ellos llegan contentos porque acaban de realizar un sueño", explican las voluntarias a FARO. Lo aseguran tras desembarcar de un viaje al corazón de la tragedia, que duró solo 15 días, pero permanecerá durante largo tiempo en su memoria

Fa, Celia y Ana son tres enfermeras gallegas jubiladas del Sergas y recién llegadas -hace dos días- de la isla griega de Lesbos. Las tres mujeres se fueron con un billete y alojamiento reservado por su cuenta "No sabíamos bien lo que nos íbamos a encontrar", explica Fa, de quien surgió la idea del viaje al que enseguida se apuntaron sus compañeras. "Solo queríamos colaborar humanitariamente con aquellas personas faltas de todo y movidas por el espíritu de supervivencia". En pocos días su propósito se tradujo en realidad. Vigo-Madrid- Atenas-Mitilene, y ya en Lesbos el día 20 de noviembre.

Las tres voluntarias formaron parte de un colectivo de no más de medio centenar de mujeres y hombres cooperantes, de diferentes profesiones y también muchos periodistas, que dedican estos días su energía a tratar de contener la tragedia. A pesar de las barreras impuestas por el idioma, nada les ha impedido una comunicación a veces basada en emociones y gestos. "Llegan a las costa empapados, pero los jóvenes deliran de alegría", relatan. "Otros vienen asustados y dolidos".

En el puerto de Molivos, Starfish, fue una organización de soporte a los refugiados en la que se inscribieron para colaborar en turnos. También los catalanes de Proactiva, expertos guardacostas, son algunos de los grupos que ellas destacan. Se encargan de la primera emergencia: la llegada a las playas. Y, según Celia, Ana y Fa, son auténticos ángeles de la guarda en el mar. "Cuando las barcas zozobran y ni siquiera se intuyen en plena noche, están allí con sus linternas para orientarlos hacia la zona de la playa menos peligrosa". Luego, en las tiendas de campaña de Acnur o Médicos sin fronteras se brindan las primeras atenciones.

Y así relatan ellas su primera experiencia: "La primera noche, a pie de playa en Skala Sikamineas vimos cómo, rápidamente, las dos zodiaks de los catalanes se acercaron a la barca de goma con unas sesenta personas a bordo, custodiándoles hacia la playa, que no es de arena si no de piedras resbaladizas. Allí les esperamos unos minutos con el corazón en la garganta. Seríamos unos doce voluntarios... Quisimos transmitir tranquilidad con gestos para que no saltaran al agua a destiempo. Fueron saliendo cogidos de las manos, pasándonos a los bebés. Y cuando salieron todos, inmediatamente explotó la barca de goma con un gran estruendo", aseguran las enfermeras [en algunos casos, los propios refugiados pinchan la barcaza para evitar las llamadas "devoluciones en caliente"]. "Los acompañamos al camino de la orilla; allí se buscaban, juntándose las familias. Los niños ya mayorcitos llamaban a sus mamás temerosos", comenta Ana aún emocionada. "Lo más importante para ellos es no perderse, porque se han dado casos de familias en las que algunos miembros se extraviaron. "De ahí partimos andando al campamento cercano, donde cambian su ropa mojada por otra seca y ahí están más voluntarios entregándoles calzado, o médico para quienes lo necesitan", explican. Una noche aciaga cinco niños murieron enfrente, en las costas de Turquía.

Luego, dentro de las carpas, repartían biberones calientes usando un hervidor de té, daban pañales -lo más demandado- y también cepillos de dientes o pasta. "Nosotras pusimos nuestro granito de arena gallega", comentan.

Pero para los refugiados, salvo la asistencia humanitaria, nada es gratis. Pagan cada viaje a un precio que multiplica el que pagaría un ciudadano "regular" de un país cualquiera. Esa alguna de las injusticias que han detectado las gallegas, aunque prefieren quedarse con lo bueno: "La gente joven tiene un gran espíritu de voluntariado".

Desde las costas de esa misma isla patria de la poetisa de la antigüedad Safo, las tres mujeres han visto llegar los paquebotes atestados de refugiados de diferentes nacionalidades, con la desesperación y la incerteza reflejados en sus rostros. "Son afganos, iraquíes, palestinos, gente de Somalia o Irán...", explican. "Nos decían el nombre de sus países y repetían: bombas, bombas. Los sirios son gente con gran cultura; los jóvenes nos enseñaban sus Máster, hablando en inglés", añaden.

Fruto de redes ilegales, podrían haber pagado hasta 2.000 euros por ese trayecto, que en un ferry turístico valdría 30 euros. Las mafias que les venden el traslado hacen "rebajas" en días de peor tiempo o mayor oleaje. Y luego, volverán a pagar unos 50 euros para embarcar rumbo a Atenas. Allí, lo mismo con el autobús hacia alguna frontera europea.

"Su afán por salir es tal que, en cuanto ven un autobús corren muchas veces dejando atrás sus mochilas", asegura Fa. Para ellos arranca un viaje que no saben donde terminará. El éxodo masivo de personas desde el otro continente, en las fechas en las que acudieron las gallegas, es solo comparable a los movimientos migratorios provocados por la segunda guerra mundial. Sueñan con Europa, con alcanzar una nueva vida lejos de la guerra. Les queda un sinfín de desventuras en su vía crucis personal a la búsqueda de Alemania. Aún así, no será peor que Siria, aseguraron algunos a las gallegas.

Durante su estancia, Fa, Celia y Ana han visto mejoras (como un camión con una cocina que ya permite preparar comida caliente) o aire caliente en las carpas pero saben que el goteo de barcas seguirá incesante. Ellas, que lo han vivido brindan su ayuda: "Si alguien quiere ir, nosotras podemos darles información".

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