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Un asesino con todas las de la ley

La historia de un gángster que trabaja para el FBI contada con pulcritud pero que solo brilla por su reparto

El actor Johnny Depp, en acción.

Esta es la típica película con buenos ingredientes en la que te preguntas varias veces a lo largo de su moroso metraje lo que hubieran podido hacer con el mismo material cineastas con garra como Martin Scorsese, el Coppola de los grandes tiempos o James Gray. Autores que dieran al guion la tensión dramática y el vigor narrativo que Stuart Cooper sólo alcanza en contadas ocasiones.

Es una obra correcta en todos los sentidos (escritura, realización) y con hallazgos ocasionales, pero solo brilla en el terreno interpretativo porque Cooper tiene a su servicio un reparto de valores seguros, de promesas en progreso (Dakota Johnson) y de una estrella que, por fortuna, renuncia al amplio fastidioso catálogo de muecas al que suele recurrir como marca de la casa y que ofrece un trabajo sobrio en el que prevalece la mirada (letal) por encima de la gestualidad. Johnny Depp, si superas la primera impresión de una calva postiza tan mal resuelta como la de Javier Bardem en Los lunes al sol que te hace recordar demasiado a menudo que estás viendo a un actor trabajando y no a un personaje viviente, está impecable como implacable gangster que se sirve del sistema para construir su imperio: un tipo listo que trabaja para la ley al tiempo que la infringe.

No vamos a comparar la película con el gran ejercicio de periodismo en que se basa porque adaptar un texto tan cargado de información y detalles y matices no es tarea sencilla. La adaptación es respetuosa y respetable. Cooper lo rueda con pulcritud a veces exasperante y solo encuentra el tono justo en las escenas de violencia. Sin regodearse en la brutalidad, Cooper rueda esas ejecuciones (más una tortura resentida) casi siempre traicioneras con una cámara distante que las hace secas y cortantes. Creíbles. Pero los momentos más logrados son los que permiten a Depp lucirse y que van más allá de la mirada glacial. Sobre todo, las charlas con Benedict Cumberbatch, un personaje extraordinario entre la espada y la pared que hubiera merecido más desarrollo, con la esposa (tras la enfermedad del hijo hay unos minutos de tensión emocional entre ellos muy inquietantes), o esas reacciones del asesino tras liquidar a una víctima a la que ha engañado empeñado en irse a dormir una siesta. La escena más redonda, muy coppoliana, es una de las más sencillas: la "clase" práctica que Depp imparte a su hijo ante la mirada aterrorizada de la madre y que se puede resumir así: si golpeas, que no te vean.

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