Uno de los interrogantes que Gabriel García Márquez hubiera querido despejar con probidad es si tuvo una abuela gallega. Aunque pudiera parecer una cuestión menor, una anécdota en la biografía del escritor, lo trajo de cabeza durante muchos años.

No sólo a él, sino también a la familia, ya que su hermana historiadora, Ligia García-Márquez, ha indagado en la genealogía a fondo, y al final siempre se adentraba en una nebulosa. La abuela, doña Tranquilina Iguarán Cotes, de Aracataca (Macondo), Colombia, era descendiente de gente que había llegado a Coro, capital del estado o Territorio de Falcón (Venezuela), en torno a 1826, de donde, en tiempo indeterminado habían pasado a La Guajira colombiana.

Harto de preguntarse sin respuesta cierta por los orígenes gallegos de sus antepasados, García Márquez, sentenció: "Tengo una hermana, Ligia, que está con esa historia, preguntando y preguntando, averiguando... Yo le dije: Deja todo eso. Nosotros somos del Caribe, somos caribeños, eso es lo que somos".

El penúltimo, porque vendrán otros, que ha escrito sobre la abuela gallega de Gabriel García Márquez, es el escritor Carlos G. Reigosa, de cuyas indagaciones, de casi tres décadas, ha salido un hermoso libro: "La Galicia mágica de García Márquez". Además de Xerais en su versión gallega, el libro también acaba de editarlo "Auga Editorial", el sello que ha puesto en circulación José Antonio Perozo, que ha publicado contados, pero interesantes volúmenes. Ya sean reediciones, como la magnífica sobre "La casa de la Troya", de Pérez Lugín o la selección de artículos de Celso Emilio Ferreiro, publicados en estas páginas, u originales, como la visión de Cunqueiro de José Landeira Yrago.

La indagación sobre la abueleidad gallega de García Márquez es un delicioso relato, en el que la documentación y el trabajo periodístico de la búsqueda componen una historia que se aproxima a la novela de aventuras, sin que pierda rigor y calidad. Todo comienza en 1983, cuando Felipe González, recién llegado al poder, llama a Domingo García-Sabell, presidente de la Real Academia Gallega, a la sazón delegado del Gobierno en Galicia, para comunicarle que García Márquez va a visitar Santiago, y quiere pasar de incógnito. No podía haber elegido mejor anfitrión. García-Sabell ilustró a Gabo de cómo florecían y trepaban las yerbas por las piedras de la catedral, y el Nobel - lo había obtenido un año antes-, pagó a Teresa, hija del anfitrión, con una dedicatoria de "Cien años de soledad" inolvidable. "Para Teresa, en cuya frente el cielo empieza". Le aclaró que la frase era prestada.

De aquel viaje de incógnito quedan un par de artículos antológicos: el primero del Nobel, "Viendo llover en Galicia", el segundo del presidente de la RAG, "Gabo, en Compostela".

¿Era la abuela Tranquilina, nacida en Riohacha en 1863 y muerta en Sucre, en 1947, de origen gallego? En esta década, García Márquez así lo creía: "Mis abuelos eran descendientes de gallegos, y muchas de las cosas sobrenaturales que me contaban provenían de Galicia". La frase es textual y se recoge en sus conversaciones con Plinio Apuleyo, convertidas en el libro "El olor de la guayaba".

Después de los ochenta, el interés de García Márquez por su ascendencia gallega se entibia, pero no el de Carlos G. Reigosa, que inició sus pesquisas en el lejano 1975, en una conversación con el futuro Nobel, a quien persigue con idéntica pregunta hasta avanzados los años noventa. Otros escritores como el colombiano Dasso Saldivar tampoco cejan en las pesquisas.

El libro de Reigosa es un río de personajes con venas gallegas, en torno a García Márquez. A García.Sabell, a las lecturas de Gabo de Valle Inclán y Rosalía de Castro, hay que añadir al gallego Francisco Porrúa, personaje clave en la publicación de "Cien años de soledad". Y también Cunqueiro, con quien conecta a través del realismo mágico.

Carlos G. Reigosa, escritor, es sobre todo periodista en "La Galicia mágica de García Márquez", que engancha como un relato de ficción bien trabado. Un libro perfecto para leer en verano.

Lo que no cuenta el autor, quizá por esos juegos de la desmemoria que practica la memoria, es que cuando García Márquez viajó a Galicia, a principios de 1983, él era delegado de la Agencia Efe en Santiago. Y nada molesta más a un periodista que no enterarse de un notición que pasa delante de sus narices. Hubiese sido el lugar y el tiempo idóneos para escuchar hablar a fondo a Gabo de su abuela gallega.