Esqueletos pulverizados, tierra removida y apisonada, lápidas amarillentas desconchadas y muchos interrogantes se amontonan en torno a la búsqueda del cadáver de uno de los españoles más ilustres. El forense Francisco Etxevarría y el experto en georradares Luis Avial, responsables de hallar e identificar los huesos de los niños de Córdoba asesinados presuntamente por su padre, sueñan desde hace tres años con desentrañar los secretos que guardan las paredes de la iglesia del convento de Las Trinitarias, en pleno barrio capitalino de Las Letras, en el corazón del Madrid de los Austrias.

Son apenas 78 metros cuadrados de historia e incógnitas marcados por un modesto enterramiento celebrado hace casi cuatro siglos en este reducto de clausura: el de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616). El más ilustre de los escritores españoles necesita ahora, igual que cuando llegó a la Corte en 1606, patrocinadores. Los expertos podrán así localizar el lugar exacto en el que depositaron su anciano y tullido cuerpo el 23 de abril de 1616. Tenía 69 años. Era un lisiado de la Batalla de Lepanto (1571), había padecido 10 años de cautiverio en Argel y sufría cirrosis. La iniciativa para rescatar este ilustre esqueleto la lidera el historiador Fernando Prado Pardo-Manuel de Villena, quien calcula que ´rescatar´ a Cervantes costaría 100.000 euros.

El mismo día que Cervantes murió otro grande de las letras universales: William Shakespeare, a cuyos restos se rinde homenaje cada 23 de abril en el presbiterio de la iglesia de la Santísima Trinidad de Stratford, donde fue sepultado. La orden de los trinitarios fundada por san Juan de Mata en 1198 y revisada en 1599 por san Juan Bautista de la Concepción brilla en la constelación de estas dos grandes plumas y en la de otros escritores místicos del Siglo de Oro.

"¿Pero cómo es posible que nadie se preocupe por identificar y dar sepultura con los honores que se merece al más glorioso de los escritores que tiene España?". La pregunta martillea una y otra vez la cabeza de Fernando Prado. Sus idas y venidas al convento de san Ildefonso de Las Trinitarias descalzas no hacen más que azuzar un espíritu soñador y caballeroso que trata de imitar al de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, el noble imaginado por un Cervantes ya mayor cuando había regresado de la guerra con el reconocimiento de don Juan de Austria y después de padecer 10 años de prisión en Argel. Fue precisamente un monje trinitario el que le rescató del cautiverio a cambio de quedarse en la celda que ocupaba el escritor hasta que pudo pagar su rescate.

Prado se enfrenta sin descanso a todo tipo de gigantes que se le aparecen para perturbar su sueño. La idea surgió en abril de 2010, en la zona de Moncloa, mientras el historiador y Luis Avial charlaban sobre las posibilidades que el georradar ofrece a la arqueología. "¡Existen multitud de tumbas de personajes históricos perdidas!", espetó Avial en el restaurante Manolo entre unas cañas de cerveza y antes de enumerar los extravíos de enterramientos como los de Lope de Vega, Velázquez o Cervantes. Fernando Prado se quedó con el nombre del creador de don Quijote en la cabeza. Esa noche no pudo dormir. El veneno de la curiosidad por encontrar los restos de Cervantes le había invadido y tuvo claro que no iba a cejar hasta localizar, excavar, identificar y volver a enterrar con honores de jefe de Estado al escritor que llegó en la más absoluta de las miserias desde Valladolid a la capital en 1606.

Cervantes acababa de publicar la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha (1605). Se lo dedicó al duque de Béjar, quien no le hizo ni caso. A penas cobró nada hasta 1612 y al llegar a Madrid era un "viejo, lisiado y escritor de obras pasadas de moda, como La Galatea, que no había hecho dinero", relata apasionado Prado. A Cervantes, no obstante, se le reconocía su valentía en Lepanto. Su llegada a la Corte, que se había trasladado en 1605 de Valladolid a Madrid, estuvo precedida de complicaciones y rumores negativos sobre su familia. "Habían matado a la puerta de su casa vallisoletana a don Juan de Ezpeleta", revela intrigante Fernando Prado antes de añadir una de esas maledicencias que corrían como la pólvora en los corrillos de la Corte del XVII. Se murmuraba que "las hermanas de Cervantes, que eran tres, tenían fama de ser ligeras de cascos y ese asesinato tuvo que ver con alguna de ellas", apunta Prado.

Así que cuando el genial literato se estableció en Madrid no tenía ni un ducado o maravedí y tuvo que ocupar una "sombría y lúgubre" casa en la calle Huertas, tal y como él mismo dejó escrito. Pero cerca de esa modesta construcción de adobe encontró su salvación. Doña Francisca Romero Gaitán, hija del capitán de Felipe II, Julián Romero, construía el convento de Las Trinitarias para enterrar los trofeos de guerra de su padre. Cervantes se ofreció entonces a hacerle todo el papeleo para la edificación de la iglesia. Ella le pagó con contactos sociales en la capital. En 1615 publicó la segunda parte de El Quijote y otras obras maestras que le permitieron pocos años antes de morir mudarse a la Casa del Escribano de la Corte, Gabriel Martínez.

Si en el siglo XVII el escritor necesitó ayuda para sobrevivir, en el siglo XXI busca un cheque de 100.000 euros para descansar definitivamente en la capilla lateral izquierda del altar de las trinitarias. Este es el lugar en el que Fernando Prado quiere que reposen los restos de Miguel de Cervantes. En el empeño le acompañan Francisco Etxevarría y Luis Avial. También la Real Academia Española y el Arzobispado de Madrid. Todos garantizan el rigor científico de la empresa. Las once monjas que viven en clausura en este convento que hoy ocupa toda una manzana de 3.000 metros cuadrados entre las calles Huertas y Lope de Vega están emocionadas con la idea.

El Gobierno central, la Comunidad Autónoma de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid no han mostrado entusiasmo alguno por el proyecto. Tampoco el Instituto Cervantes, se lamenta Fernando Prado.

El historiador no se da por vencido y sueña con poder celebrar en 2016 el cuarto centenario de la muerte de Cervantes in corpore presente.

"Los trabajos de localización se centrarían en esos 78 metros cuadrados que son el origen del convento, la iglesia", insiste Fernando Prado mientras muestra un plano del recinto de clausura. Allí se enterraron hasta 1616 tres cuerpos: el del marido de la fundadora Francisca Romero, que después fue trasladado a otro lugar, el de una novicia de clausura, que estará fuera de la iglesia y el de un niño familiar de doña Francisca. Tras el enterramiento de este pequeño se produjo el de Cervantes, que descansa acompañado por su mujer, Catalina de Salazar, fallecida en 1626. "Enterrarse en un convento es y era una rareza que doña Francisca Romero permitió al escritor por la ayuda que le prestó y por ser, como su padre, un veterano de guerra y mutilado", precisa el historiador.

Los restos de Cervantes, según Prado, son fácilmente identificables y no han salido nunca del convento: "Se busca el cuerpo de un hombre de cerca de 70 años, con el brazo izquierdo impedido, dos arcabunazos en el pecho, en un ataúd pequeño, con el hábito franciscano y un crucifijo de madera". Existe además una prueba documental del enterramiento del marqués de Molins, hecha en 1870 y otra de 1950 de Luis Astrana Marin.

La oferta del historiador madrileño a los posibles mecenas del proyecto no se anda por las ramas: "Si quiere pasar a la historia como Lord Carnarvon en la tumba de Tutankamon, sólo tiene que ayudar a sufragar esta idea", lanza sin complejos para vender su iniciativa y al rememorar el descubrimiento en noviembre de 1922 de los restos del faraón egipcio. El hallazgo en el Valle de los Reyes fue hecho por el arqueólogo Howard Carter, quien sólo encontró ayuda para su búsqueda en los bolsillos del aristócrata británico considerado por esta razón uno de los descubridores del faraón.

Fernando Prado mantiene su espíritu aventurero a pesar de los desplantes de las administraciones públicas. "El cuarto centenario de la muerte de Cervantes está a la vuelta de la esquina y sólo depende de nosotros el llenar o no de gloria al máximo representante de la literatura occidental" de todos los tiempos, concluye mientras merodea enérgico por los alrededores del lugar donde yace desde 1616 Miguel de Cervantes Saavedra.