Un corte, una quemadura, una fractura, una simple caída. A veces una herida sencilla comienza a provocar un dolor intenso que se extiende a ambas extremidades y que no cesa con el paso del tiempo sino que, por el contrario, aumenta desproporcionadamente. El síndrome del dolor complejo es un tipo de dolor crónico que se puede desencadenar a partir de alguno de estos sucesos pero también puede surgir de repente, sin ninguna causa clara.

La Unidad del Dolor del Hospital Povisa de Vigo es el centro de referencia de toda Galicia en el tratamiento de este tipo de dolor. Hasta allí llegan cada año pacientes aquejados de tremendos dolores -la incidencia es de un 6% de los pacientes que han sufrido algún tipo de traumatismo y, según los expertos, "va en aumento"-, después de meses e incluso años de peregrinar por diferentes especialistas, en busca de una solución. "Suele ser un dolor difícil de diagnosticar porque la causa no justifica ese dolor; no es proporcionado con la seriedad de la herida y, además, se une a la debilidad emocional del paciente al verse incomprendido que muchas veces hace que se le remita a psiquiatría", explica el doctor Jorge Sobrino, responsable de la Unidad del Dolor del centro vigués.

Estas dificultades hacen que "casi ningún paciente llegue a nosotros con menos de seis meses de evolución del dolor, lo que dificulta mucho la aplicación de los tratamientos y los buenos resultados. Este tipo de dolor es aún bastante desconocido, incluso entre los propios profesionales, que no lo diagnostican a tiempo", apunta Arturo de la Cámara, jefe de Cirugía Plástica.

Ese retraso en el diagnóstico es crucial para la recuperación del enfermo. "Cuando llegan en fase atrófica (más de seis meses), la recuperación de la movilidad de los miembros afectados es más complicada", advierten.

Las consecuencias para los pacientes son demoledoras: "La mayoría tiene que dejar de trabajar, terminan despidiéndoles, y se encuentran con la incomprensión de todos, ya que se trata de un dolor que no se puede demostrar, no hay ninguna prueba específica que mida el dolor", explica Sobrino. La enfermedad interfiere en las actividades diarias de la persona, el humor y en sus actividades sociales. "Estas circunstancias hacen que sea habitual que la mayoría desarrolle al tiempo un síndrome ansioso depresivo que dificulta aún más el proceso de recuperación", añade De la Cámara.

Los tratamientos en esta unidad van mucho más allá de los analgésicos convencionales y la morfina, ya que "en ambos la respuesta es muy pobre". Otras técnicas que se aplican es el bloqueo regional del nervio o ganglio simpático mediante infiltraciones anestésicas "aunque si la dolencia está en una fase avanzada no se produce mejora", apuntan los expertos. Tampoco es aconsejable la rehabitación porque genera más dolor en el paciente.

Otra opción es la colocación de un neuroestimulador en el abdomen que produce estímulos y bloquea la conducción del dolor hasta la corteza cerebral. Se trata de un tratamiento muy caro ya que el aparato tiene un coste de 24.000 euros.

"Actualmente tenemos más armas para combatir el dolor pero tenemos que seguir trabajando en las secuelas que deja", concluyen los médicos.

Un corte con una máquina corta fiambres en el restaurante en el que trabajaba hace once años fue el inicio de una pesadilla para la viguesa Rebeca Asla. Lo que debería de haber sido una herida que en poco tiempo curase se convirtió en un profundo dolor que de la mano fue subiendo a toda la extremidad y, con el tiempo, se trasladó al otro brazo. "En poco tiempo no podía ni hacer las actividades cotidianas más básicas como coger una taza o asearme en el baño", relata la joven, que tiene ahora 32 años.

Rebeca se encontró con la incomprensión de médicos y familiares. "Los médicos de la mutua decían que era cuento y me tuvieron mucho tiempo dando vueltas", critica. Durante todos estos años, Rebeca ha sido sometida a más de veinte operaciones. "En medio de todo este proceso me quedé embarazada porque nadie me avisó de que la medicación eliminaba el efecto de la píldora", añade la joven, que actualmente toma 15 pastillas diarias.

Por fin, hace menos de un año, Asla fue derivada a la Unidad del Dolor de Povisa. "El doctor Sobrino ha sido mi salvación", valora la viguesa. El pasado verano le colocaron un neuroestimulador a nivel medulocervical. "He empezado a notar una mejoría, aunque con la movilidad ya hay poco que hacer", lamenta.

"Para mí todo esto ha sido muy duro, no he podido ni siquiera coger nunca a mi hija cuando era un bebé y lo peor era ver que la gente no me creía", asegura. Rebeca no ha podido volver a trabajar pero la pensión que recibe no le alcanza para vivir. "Debería de haber más información sobre esta enfermedad y que la gente supiera de verdad lo que significa", concluye.