Mariano Barbacid es el ejemplo de un investigador que, tras hacer carrera fuera, volvió a España para impulsar el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, que dirigió hasta el pasado año. Ahora lidera el grupo de Oncología Experimental de esta institución, de referencia internacional. Ayer acudió a Santiago para recibir el I Premio Ramiro Carregal-Fundación La Rosaleda, que agradeció porque, afirma, "proviene de un particular al que le ha ido bien en los negocios y ha tenido la voluntad de devolver algo a la sociedad". Barbacid, que se siente "honrado" por su galardón, aspira a que la nueva ley de mecenazgo multiplique el ejemplo.

–Hace unos días el Gobierno anunciaba un recorte del 26% del presupuesto dedicado a investigación. ¿Qué le parece?

–Evidentemente, nadie lo está celebrando. Pero hay unas estadísticas que me han preocupado siempre que indican que nuestro país está en el puesto noveno del mundo en cuanto a la cantidad de publicaciones, pero entre el 23 y el 27 en cuanto al índice de impacto, es decir, la calidad. No hace falta ser un experto para ver que no se están aprovechando los recursos como deberíamos. Los responsables deben analizar por qué ocurre esto y realizar las reformas necesarias para que ahora, que no vamos a producir más cantidad, porque los recursos son limitados, por lo menos producir más calidad. Esto lo hicimos en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. En 2010, por número de publicaciones de alto impacto por grupo investigador, éramos los segundos del mundo. Es decir, si va a haber recortes, que no se pueden evitar, intentemos al menos que los recursos recortados los utilicemos mejor.

–¿Qué ocurrió con su investigación sobre fármacos para el tratamiento de una cuarta parte de los cánceres de pulmón? El año pasado podía recibir 50 millones de euros de manos privadas, pero el ministerio dirigido por Cristina Garmendia no se lo permitió.

–Aquello se murió. Bueno, lo mató la ministra. La Ley de Economía Sostenible ya permitía hacer sociedades mercantiles, pero la ministra no lo aprobó. El por qué tendrá que preguntárselo a ella, porque jamás lo ha aclarado, y lleva sobre sus espaldas la responsabilidad de no dejarnos financiar este programa que podría habernos ofrecido una probabilidad alta de conseguir descubrir inhibidores que podrían haber llegado algún día a la clínica. Le puedo decir que ese trabajo fue uno de los más citados de 2011 y al menos tres compañías en Estados Unidos están investigándolo.

–Una de cada tres personas tendrá cáncer. ¿Es inevitable?

–Cada vez va a haber más cánceres porque vivimos más. La incidencia del cáncer es una curva que va casi de forma exponencial aumentando con la edad. Si llegásemos a 150 años, todos tendríamos cáncer porque es un proceso degenerativo de las células.

–¿Se hallará una cura?

–Habrá que ir uno por uno. No podemos pensar en una vacuna o un fármaco contra todos los cánceres porque cada uno es distinto. Esperanzas siempre hay y vamos a mejorar.

–¿La manera de vivir de hoy puede fomentar su aparición?

–No. No hay evidencia de que el estilo de vida o el estrés tenga relación con el cáncer. La prevención solo funciona en los cánceres que nos provocamos a nosotros mismos, como el de pulmón, boca o vejiga, por fumar; el melanoma o el de hígado.

–Ha trabajado con genes. Existe la idea de que tocar los genes servirá para corregir muchos males...

–El genoma humano no se puede tocar, no sería ético. Ni tampoco tenemos tecnología que nos permita tocarlo con garantías. Nosotros, por ejemplo, manipulamos el genoma del ratón y le hacemos los cambios que queremos, pero asumiendo que en los seres humanos tuviera la misma eficacia para un embrión que queremos, tendríamos que destruir miles. Eso no sería aceptable. O sea, a día de hoy es impensable, técnica y éticamente.