Un tapa de aceitunas con anchoas en el aperitivo, un bote de salsa precocinada para acompañar los macarrones de la comida, un snack salado a media tarde y otro puñado de sal para aderezar el guiso de la cena. Según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan), los españoles consumen, cada día, una media de 9,7 gramos de sodio, casi el doble de los 5 recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y cinco veces más de los dos imprescindibles para el correcto funcionamiento del organismo de un adulto sano de unos 70 kilos.

"Tanto exceso puede afectar a la salud cardiovascular, sobre todo si ya se tienen problemas con la presión arterial o una sensibilidad especial al exceso de sodio" alerta el especialista del Servicio de Endocrinología gallego Fernando Cordido, quien recuerda que la prevalencia de hipertensión arterial en la población española se estima en torno al 25%, aunque es más elevada en edades avanzadas. "A los pacientes hipertensos se les recomienda reducir el consumo de sal pero, en realidad, nadie debería abusar de ella", añade este especialista.

El organismo de un adulto contiene, de forma natural, entre 250 y 300 gramos de sal. Por eso, cuando se abusa de forma continuada de este condimento, se eleva considerablemente el riesgo para la salud. En los últimos años, la OMS ha hecho varios llamamientos a las compañías alimentarias para que reduzcan drásticamente el contenido de sal de sus productos y especifiquen las cantidades utilizadas en las etiquetas. Además, ha instado a los Gobiernos a promover políticas para controlar la ingesta de sodio.

En esta línea, el Ejecutivo español puso en marcha, hace un par de años y dentro de la Estrategia para la Nutrición, la Actividad física y la prevención de la Obesidad (NAOS), un plan para reducir el consumo de sal de los ciudadanos hasta un 20% en cuatro años, con el objetivo de luchar contra la hipertensión. "El 75% de la sal que se ingiere no depende directamente de los consumidores, no se añade con el salero", sostiene el doctor Cordido, y destaca: "Casi todos los alimentos procesados contienen muchísima sal –suele utilizarse como conservante y, en determinados casos, para camuflar sabores amargos–, de ahí que sea tan importante leer bien las etiquetas".

Los alimentos considerados altos en sodio son los que contienen más de 500 miligramos por cada 100 gramos. Una cantidad que superan, con creces, casi todos los precocinados, embutidos, enlatados y la comida rápida. "Las personas que tienen que seguir una dieta baja en sodio han de evitar el consumo de productos como, por ejemplo, las anchoas en conserva, el jamón curado, las salchichas o las aceitunas", indica el endocrino del Chuac, quien subraya, además, que "no todo lo que lleva sal sabe salado". "Productos como los cereales del desayuno, que aparentemente son dulces, contienen grandes cantidades de sal", señala.

El aspecto positivo

El doctor Cordido alerta, no obstante, de que reducir el consumo de sal no significa eliminarla de la dieta, pues el organismo la necesita, ya que ayuda a mantener el nivel de líquidos corporales, permite la transmisión de impulsos nerviosos, la actividad muscular y la absorción de potasio, facilita la digestión y compensa las pérdidas originadas por el exceso de sudoración y por vómitos o diarreas.

La superabundancia de sal en la comida también afecta a la población infantil, según de desprende de un estudio llevado a cabo recientemente en el Reino Unido, que alerta de que el 70% de los bebés de ocho meses consume más cantidad de la recomendada (400 microgramos de sodio al día) y, algunos, casi triplican esa cifra. Los autores del informe atribuyen ese exceso a la "alimentación complementaria" de los más pequeños, y sostienen que los principales responsables del aporte de sal son los platos preparados, algunos manufacturados, las salsas y la leche de vaca administrada antes de los 12 meses. Los expertos en nutrición recomiendan retrasar la utilización de estos productos hasta el primer año de vida.

Bebés

Los excesos, desde la cuna

El especialista delServicio de Endocrinología del ComplexoHospitalario Universitario de A Coruña (Chuac) Fernando Cordido admite que a muchos pacientes "les cuesta una barbaridad" seguir una dieta baja en sal. "Hay quienes lo llevan bastante bien, pero otros lo pasan realmente mal. Yo siempre les digo que es sólo cuestión de acostumbrarse", apunta Cordido, aunque añade: "Es más fácil seguir una dieta baja en sal, que una hipocalórica".

A lo difícil que es a veces acostumbrar el paladar a la alimentación baja en sal, se une el elevado coste que tienen los productos con menos sodio. Haciendo un recorrido por varios supermercados del centro de A Coruña, se puede comprobar que las diferencias de precio entre alimentos con y sin sal llegan a superar, en algunos casos, los dos euros.

En uno de esos establecimientos, por ejemplo, un pack de tres latas de atún en aceite vegetal de marca blanca cuesta 1,39 euros, mientras que la versión "baja en sal" de ese mismo producto se encarece 20 céntimos; un brick de salsa de tomate frito "normal" supone un desembolso de 30 a 50 céntimos, entre 25 y 45 menos que la versión recomendada para hipertensos; y si uno se fija en los productos al corte, como la paleta de jamón braseada de una conocida marca, la diferencia alcanza los 2,50 euros (7,45 céntimos el kilo en un caso, y 9,95, en el otro).