Tres conclusiones pudieran resumir la idea central de este sociólogo: una, no se debe educar en valores retóricos sino en virtudes prácticas. Dos, las convenciones en que se fundamenta la buena educación son un instrumento para el progreso. El mundo se transforma con rigor, trabajo, buena educación... Tres, la buena educación es también una buena comunicación. El catastrofismo, por ejemplo, es una consecuencia de la confusión comunicativa que padecemos.

Cardús no comparte en absoluto los criterios morales catastrofistas con que muchos juzgan los problemas actuales de la educación, reacciona contra estos planteamientos y ofrece un análisis de la realidad en la que el objetivo fundamental no es encontrar a los culpables del gran desconcierto educativo actual, sino hacer un estudio de la situación y establecer un compromiso personal con la solución de los problemas.

Para el autor el principal problema de la educación de hoy es que no transmite esperanza de futuro. Considera esencial un cambio de valores en el cual el deseo de bienestar material sea sustituido por el de mayor dignidad personal, cultural y moral, y la cantidad de experiencias por la calidad de las relaciones.

Igualmente, denuncia "una educación dejada en manos de una escuela a la que cada vez se le exige más y se la ayuda menos; una educación sometida a continuas renovaciones en su forma pero no en su fondo". Entiende Cardús, además, que la escuela se ha convertido en "una de las más destacadas cabezas de turco de los problemas actuales. De manera contradictoria, le echamos la culpa de casi todos los males al tiempo que esperamos de ella casi todas las soluciones". Para el sociólogo, "las reformas educativas son un falso debate porque se quedan en lo retórico y en lo meramente político".