La luz, la humedad y el calor parecen suspendidos en este paisaje tropical, como si nada hubiera pasado desde ese día, pero lo cierto es que, desde entonces, la historia de África ha sido unas veces tribal y otras colonial, pero siempre cruel y sangrienta.

Ciento cuarenta años después de ese encuentro, la diferencia entre estar a un lado o al otro del lago es grande, abismal.

En una orilla está Tanzania, la ex colonia alemana en la que se rodó "La reina de África" y en la otra, el Congo, el oscuro escenario de "El corazón de las tinieblas". A un lado hay paz y refugio, en el otro, los restos de una guerra que duró doce años.

En el conflicto congolés no hubo batallas, ni frentes definidos.

Fue una guerra de milicias indisciplinadas y crueles volcadas en la limpieza étnica, las violaciones masivas y la tortura. Resultado: 3,8 millones de muertos.

El conflicto provocó además un éxodo masivo, con 3,4 millones de desplazados internos y dos millones de refugiados que fueron a los países vecinos como Tanzania, que llegó a acoger a un millón de personas.

Actualmente, este país, que duplica el tamaño de España, da cobijo a 431.143 refugiados del Congo y Burundi principalmente, de los que 144.975 viven en cuatro campos gestionados por Cruz Roja Española (Lugufu, Mtabila I, Mtabila II y Nyarugusu) con el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

LA VIDA EN LOS CAMPOS

En el campo de Lugufu, a 90 kilómetros del Tanganika, viven 44.703 congoleños -la mayoría llegados en 1997-, a los que Cruz Roja Española proporciona agua y programas de salud y saneamiento (básicamente sobre prevención de malaria y del VIH Sida).

Gracias al trabajo de esta ONG española, el 90 por ciento de las familias alojadas en Lugufu tienen letrina y un pozo de agua potable a cien metros de cada vivienda, un lujo al alcance de muy pocos en África, que les asegura 20 litros de agua por persona y día.

El coordinador de Salud de los campos de Cruz Roja, el doctor Ernest Athumani, muestra orgulloso el dispensario y los pabellones hospitalarios (con 195 camas) en los que también se da asistencia médica a los tanzanos que cada día llegan a este centro desde todos los puntos del país.

El día es largo. Desde primera hora de la mañana decenas de mujeres, con bebés a la espalda, embarazadas o no pero siempre rodeadas de niños -las congoleñas tienen una media de siete hijos- aguardan pacientemente su turno para recibir medicamentos, vacunas o someterse a un test de detección de la malaria.

Este médico, profundamente solidario y vocacional que estudió entre Alemania y la antigua Unión Soviética, lleva toda su vida combatiendo unas enfermedades que como la difteria, el tétanos o la polio, casi no tienen incidencia en Europa pero que en África siguen matando a miles de personas cada año.

No obstante, para el doctor Athumani y Cruz Roja, el mayor reto es la prevención de la malaria, una enfermedad transmitida por la hembra del mosquito "Anófeles", una genocida de apenas dos centímetros que cada día mata a 3.000 niños en África.

Con impotencia pero sin resignarse, el doctor explica que esta enfermedad podría controlarse distribuyendo mosquiteras en las zonas rurales del país (reducen la picadura del mosquito en un 90 por ciento), una herramienta básica que Cruz Roja reparte a las embarazadas del campo y que en breve, con la colaboración del Gobierno tanzano, distribuirá entre la población local.

La responsable de los campos de Cruz Roja en Tanzania, Isabel de Blas, explica que la reducción de la malaria entre los refugiados ha sido impresionante. La incidencia de la malaria cerebral -puede matar en 24 horas- es un 33 por ciento más baja que la registrada en las poblaciones adyacentes al campo de refugiados.

LAS REPATRIACIONES

El campo de Mtabila I es similar a Lugufu. Situado en la región de Kasulu, a unos kilómetros del omnipresente lago Tanganika, acoge a 48.599 burundeses, el 70 por ciento menores de 15 años.

Mariano Espinosa, un misionero paraguayo que lleva cinco años viviendo en Mtabila cuenta que los primeros refugiados llegaron en 1994 pero que, desde entonces, el campo no ha parado de crecer.

Actualmente, hay seis barrios, cada uno con 6.000 o 7.000 personas procedentes del sur de Burundi, "la zona peor parada del genocidio", según Espinosa, para quien el gran problema de estas personas -explica- es la falta de identidad.

"La mayoría de estos niños han nacido aquí y no son tanzanos ni burundeses. Son refugiados que no se identifican con ningún país, así que el regreso a Burundi les supone viajar a un mundo desconocido, del que sólo han oído hablar a sus padres", señala.

El proceso de repatriación es lento y delicado. Las familias que quieren volver se inscriben en la oficina de la ACNUR, que organiza el regreso por grupos de un millar de personas.

Al otro lado del Tanganika, les espera otro campo en el que permanecerán un par de días antes de que ACNUR gestione el regreso a su región de origen. Una vez allí, cada miembro de una familia recibirá 50.000 chelines (40 euros) y alimentos para seis meses.

Como incentivo, el gobierno de Tanzania permite además que los refugiados se lleven todas sus pertenencias -hasta 100 kilos por persona-, así que "en su éxodo llevan animales, puertas, utensilios, ropa y todo lo que creen que podrá serles útil en su nueva vida".

Es un viaje traumático y sin retorno porque una vez abandonado el campo, ganarán la libertad pero perderán la condición de refugiados y toda la asistencia que reciben.

EL FUTURO DE LOS CAMPOS

Para Cruz Roja Española, uno de los mayores retos es el futuro de estos campos, porque "el cansancio de los donantes" comienza a ser una realidad y la financiación llega, cada vez más, con cuentagotas.

Isabel De Blas explica que, cuando los refugiados de Lugufu y Mtabila regresen a sus países de origen -en los próximos dos años-, Cruz Roja reutilizará las instalaciones.

Lugufu será entonces un hospital local y Mtabila dará asistencia a los tanzanos que se han asentado en los alrededores del campo.

Pero antes habrá que buscar recursos, porque el mantenimiento de los campos es caro y, de momento, la financiación procedente de la Unión Europea, la AECID y de algunos gobiernos autonómicos está destinada sólo a los refugiados.