Los veranos de antaño eran parecidos al que nos acaricia. El sol, rabioso y cruel, se ensaña en los suaves encantos de la naturaleza: ahorro en telares. ¡Molestas, tío! Un descuido y vaya quemaduras.
En los cincuenta vestíamos pantalones cortos, algunos de tercera y segunda generación; con un remiendo y zurcido en el trasero; muchos, de dos tirantes; unos pocos, de uno. Acompañaba una camiseta o camisola, con sandalias o zapatillas de esparto. Esos tiempos difíciles no nos borró las ansias de vivir. Fuimos los precursores de la moda actual.
Las fiestas se celebraban por iniciativas de barrios o parroquias, transmitidas de generación a otra. Añoramos las de Santiaguiño del Burgo con nostalgia y agradecimiento a aquellas personas que nos enseñaron valores humanos.
Eran tres días de fiesta. Nos sentábamos en la barandilla derecha del Puente. Pasaba un turista y lanzaba una moneda blanca y grande de cinco pesetas al río. Volábamos todos, teníamos que atrapar la moneda antes que el fondo claro y de pura limpieza del Lérez, lo atesorara. A veces conseguíamos trofeo y lo compartíamos.
Al lado del puente colocaban un poste horizontal con una bandera al final. Breaba la mitad del mástil. Todos a la aventura. Se aglomeraba mucha gente; se divertía y aplaudían nuestras esperpentas caídas. Volvíamos a intentarlo, y otra.
Soltaban patos y el que lo atrapase era su dueño. Nos organizábamos en grupos. A los dos lados del puente, había barcas amarradas. Cada grupo elegía a dos, los mejores buceadores. La estrategia era nadar en semicircunferencia para obligar al pato ir hacia las barcas. No tenían un pelo de tontos; olían la tostada, se encaraba sobre le semicírculo de nadadores y los pasaba en un vuelo. Vuelta a empezar. Ya agotados, los patos buscaban refugio entre las barcazas. Los agazapados buceadores los agarraban por las patas?., y pato a la olla.
Tengo recuerdo que habíamos atrapados algún pato y una señora del Burgo los cocinaban y todos juntos compartíamos tan original manjar.
Había fuegos artificiales, verbena. El 25 celebración litúrgica en la antigua capilla y procesión. Los típicos puestos de rosquillas y otras degustaciones. A nosotros lo que más nos atraía era la fiesta de los abuelos, San Joaquín y Santa Ana.
El veintiséis era la competición de baile gallego. Sonaba la gaita y nuestra sangre hervía y nos trasladaba a sueños escondidos por las circunstancias.
Allí estaba Manilo, bailando la muiñeira con una abuela. Estaba sobrado de energías, después de agotar a varias, se quedaba solo bailando. Murmuraban que siempre vencía. ¿Quién era Manilo?
Era un profesional de limpieza en hogares y comercios. Los maridos lo acogían con agrado; tenían fe en él y no veían peligrar su honorabilidad. Su presencia atemorizaba la suciedad, telarañas e insectos molestos. Tenía unas manos divinas, lo que tocaba quedaba de un brillo como una patena. Era muy querido y solicitado. ¡Qué encanto verlo limpiar un escaparate! Cantaba, se fijaba en las minucias y nos saludaba cariñosamente.
En el Estadio Pasarón, en la época "Hai que roelo", se asentaba en lo alto de preferencia; con su megáfono generaba un ímpetu combativo: "PontevedriiiiiiiiiiiÑA". Animaba más que Manolo del Bombo.
Era una persona humana y culta. Muchas jóvenes, en épocas de exámenes, se reunían para estudiar. Surge la duda y Manilo la resuelve. Fue un tío fenomenal. Solo tuvo un enemigo. El ebanista que fabricaba armarios. Le quedó uno sin vender.
Estos días El Burgo se engalana de fiesta, ya con un nuevo templo y una gran referencia en el Camino Jacobeo. Se hermanan las tradiciones de nuestros antergos, mixturadas con el humanismo cristiano.
Hace años un gran amigo, licenciado en Geografía e Historia, me acompañó hasta el Burgo; añoró aquellos años y emanó esta alegoría. A los tres meses murió.
Aguas de mi adorado Lérez, envidiado, puro, cristalino. Orgulloso de tu cuna, elegante en tu recorrido; acogedor, cariñoso con otras aguas.
Llegabas inmaculado a las puertas de la Ría, a tu descanso eterno; sin mancha, puro, limpio.
Los chiquillos te adoraban, se sumergían en tus entrañas, lanzándose del Puente del Burgo. Eras feliz, brillante y claro. Ibas a tu destino alegre, con tus metas bien realizadas.
¿Qué te hicieron los hombres? ¿No Hablas, no dices nada? Ahora hueles a podrido, estás opaco, sucio y muy triste. Te han contaminado la civilización, las industrias, los vertidos fecales, contaminantes antinaturales.
Te vas avergonzado a tu meta, la muerte. ¡Recuerda! Tú eres inocente, leal; llegas con andrajos por culpa del hombre, egoísta, explotador, aniquilador.
¡Salud, Fortuna y Felicidad! ¡Felices Fiestas!