La jornada festiva de San Lázaro estuvo pasada por agua, pero con la fidelidad inquebrantable de los ourensanos presentes en los actos religiosos, con la procesión del santo, cuya figura fue traslada desde la iglesia de Santo Domingo al templo de los Franciscanos, acompañada por miembros de la Corporación Municipal, con el alcalde, Jesús Vázquez, a la cabeza, y muchos devotos realizando el recorrido. También fue multitudinaria la tradicional "quema de las madamitas", con una fuerte simbología de creencias purificadoras.

La historia revela que se trata de la llegada oficiosa de la primavera a Ourense, sin que se recoja en calendario de oficialidad, además de simbolizar una "purificación" de los apestados que acudían en la Edad Media a la fiesta de San Lázaro. En el recuerdo la leprosería, que se encontraba en unos terrenos que luego se convirtieron en un centro educativo, que permanece a día de hoy, como es el de Curros Enríquez, así como tres capillas que a lo largo de la historia estuvieron dedicadas al patrón. La última de estas capillas fue trasladada en la década de los 80 al barrio de Peliquín, en la periferia de la ciudad, al otro lado del río Miño, que también festejó San Lázaro.

Sobre las 13.00 horas, en la entrada al edificio de la Subdelegación del Gobierno los ourensanos se congregaron para asistir a la tradicional quema de las madamitas, figuras con esencia de madera y papel, con la participación especial y determinante de la pólvora, ya que después de muchos giros, esos muñecos se fueron consumiendo hasta quedar reducido a cenizas.

Panorama diferente

Y eso que durante todo el proceso no cesó de llover, lo que no fue impedimento alguno para que los cientos de ourensanos, entre los que cada año se encuentran más niños y jóvenes, soportasen las inclemencias mereológicas. Los paraguas dibujaron ayer un panorama diferente al de años anteriores.

El parque de San Lázaro, en el centro de la ciudad, volvió a convertirse en lugar de encuentro con la fe religiosa que transmite el santo, los ritos paganos, de una leyenda purificadora, la música de gaita, y los puestos de productos, sobre todo alimentarios, entre los que destacan las roquillas. Es una tradición su compra y degustación.

Así, de nuevo se cumple con esa trilogía festiva, que es la de asistir a la procesión de San Lázaro, y cumplir con el calendario religioso, que se convierte en el preludio de la Semana Santa; disfrutar del espectacular estruendo final con la quema de las madamitas y la compra de rosquillas. Una jornada matinal intensa que en esta ocasión se vio deslucida por la climatología adversa y cambiante.